«No son de los nuestros»

Vaya por delante que no estoy abonado a la exageración que sostiene que hay una especie de guerra civil entre las alegres y combativas muchachadas de la izquierda abertzale, o como demonios quiera que haya que denominarla ahora. Desde luego, es noticia que se anden mentando la madre cada vez con menos disimulo y más intensidad verbal o, incluso, que se casquen en la calle y se amenacen mutuamente con darse para el pelo. También lo es que, como ha ocurrido en Hernani, los ahora díscolos se pongan respondones ante sus antiguos mayores de referencia y les monten contra la ordenanza una txosna que, hasta donde uno sabe, no ha sido retirada; cómo mola lo de ver a según quién probar su propia medicina. Son evidentes signos de gresca con pinta de ir a más en el recién inaugurado verano, pero no creo que el asunto vaya mucho más lejos. Y tampoco lo deseo, aclaro.

Otra cosa es que, con las canas que llevo acumuladas, no haya estado a punto de morirme de la risa al escuchar a Arnaldo Otegi que las bravas criaturas agrupadas bajo las siglas GKS tienen tanto que ver con EH Bildu como con el PNV o el PSE. Creo que, más por desgracia que por suerte, nos conocemos lo suficiente como para tener claro, más allá de cinismos cósmicos y jetas de alabastro, que la teta que amamantó a los ahora peleados fue la misma. Tanto es así que, en lo básico, los tales GKS y Ernai, los alevines oficiales, coinciden en prácticamente todo, desde tener como héroes gloriosos a asesinos múltiples al gusto por pintarrajear batzokis o casas del pueblo, pasando por el apoyo ciego a Putin en su genocidio de Ucrania.

En la muerte de José Luis Balbín

La última vez que supe de José Luis Balbín fue hace cuatro años. Batallaba con la RTVE todavía en manos del PP para que el ente no utilizase en vano su legendario programa La clave en su página web. Al indómito asturiano le quemaba que la misma casa que lo purgó en tiempos del felipismo por negarse a bailar el agua a aquel PSOE de las corruptelas y los GAL se aprovechara de su trabajo y hasta proyectara recuperar el nombre para un debate que, obviamente, no tendría que ver con el original.

Desconozco cómo terminó la disputa, pero no ha dejado de llamarme la atención que haya sido la cuenta de Twitter del archivo de la radiotelevisión pública española la que nos diera anteayer la noticia de la muerte del inmenso comunicador. Me alegro, en todo caso, de que nadie osara tratar de recuperar la marca y un formato que, desgraciadamente, no tendría sentido en la actualidad. De hecho, ya no lo tuvo en los noventa del siglo pasado, cuando él mismo lo remedó en la entonces recién nacida Antena 3 Televisión.

No sé si, citando a Neruda, nosotros, los de entonces, somos o no los mismos, pero sí tengo claro que la época ha cambiado. Aquellos programas petados de humo con invitados e invitadas de mil ideologías y dos mil ocupaciones ya solo tienen lugar en el recuerdo convenientemente recauchutado de quienes por aquellos días no veíamos tanto La clave como hoy presumimos. Eso no es óbice para reconocer que el programa marcó una época, que hoy sería sencillamente irrepetible y sobre todo, que su creador, que nos acaba de dejar, fue uno de los comunicadores más brillantes del último siglo. Descanse en paz.

Oltra: dimitir tarde y mal

Empezaré por lo evidente para no dejar lugar a dudas sobre el propósito de estas líneas. Mónica Oltra ha sido objeto de una cacería sin tregua ni piedad por parte de la derecha mediática española. Se han dicho y escrito cosas sobre la ex vicepresidenta de la Comunidad Valenciana que, si no son directamente querellables, son indiscutiblemente miserables e indecentes. El machismo más tarugo ha estado presente en buena parte de las andanadas, y no han faltado ocasiones en que venían con firma de mujer.

Ocurre, sin embargo, que bajo esa montaña de bazofia, hay hechos que nadie que se tenga por progresista y/o feminista puede defender, minusvalorar u ocultar. Ya no es solo que se abusara sexualmente de forma reiterada de una menor tutelada por el departamento de la Generalitat que ella regía. O que el autor de la tropelía fuera su ahora exmarido. No. Lo grave es que primero se intentó convencer a la víctima de que callara por las buenas. Luego, por las no tan buenas, advirtiéndole de las consecuencias. Lo penúltimo fue desprestigiarla dejando caer aquí y allá que era una buscona. Y, como colofón, llevarla a declarar esposada alegando riesgo de fuga… ¡cuando era la víctima, joder, la víctima! Eso no lo hizo Oltra. Pongamos que ni lo ordenó ni lo sugirió. Pero, desde luego, no lo impidió, cuando los ejecutores de esas y otras fechorías fueron personas a su servicio, unos por oposición y otros por elección. Sin necesidad de que venga una fiscal (progresista, por cierto) a investigar, el más elemental sentido de la responsabilidad política habría implicado la dimisión inmediata. Seis años ha tardado.

Incendios de ayer, hoy… y mañana

No recuerdo un solo año de mi vida consciente en que los veranos no hayan estado tachonados de incendios. “Cuando el monte se quema, algo suyo se quema”, se decía en uno de los anuncios de mi infancia que en mi memoria es en blanco y negro. Algo más talludito, recuerdo a Serrat cantando con su vibrato marca de la casa “Todos contra el fuego”. Y, aún después, ha habido mil y una campañas más para concienciarnos sobre la devastación provocada por las llamas.

El resultado está a la vista: ninguno. En estos últimos días comprobamos, y bien cerquita, que se siguen batiendo récords de superficie calcinada, muerte de fauna, destrucción de flora, daños materiales incuantificables y desalojos de pueblos enteros. Todo, mientras unos seres excepcionales con dotaciones materiales manifiestamente mejorables se juegan literalmente la vida para apagar centímetro a centímetro lo que ha prendido. Lo hacen, además, en la certidumbre de que no pasará mucho tiempo hasta que vuelvan a verse inmersos en la misma lucha desigual.

La conclusión es que las proclamas y las medidas de choque anunciadas cada año se quedan en papel mojado, o sea, quemado. Ni se castiga adecuadamente a los pirómanos que actúan por maldad, por soberbia o por dinero, ni se vigila el cumplimiento de las prohibiciones básicas respecto a actividades peligrosas —lo de las cosechadoras es un escándalo a estas alturas del siglo XXI—, ni se limpia de maleza los cortafuegos. Eso sí, a la hora de lamentarse, somos unos ases. En caso de duda, siempre está el comodín del cambio climático… hasta el próximo incendio.

Sobre cierto vídeo sexual

Creo que hay pocas cosas en esta vida que tenga menos ganas de ver que un vídeo sexual protagonizado por el actor (o así) Santi Millán. Solo saber que tal cosa existe y, en consecuencia, imaginarme la postal, me provoca un mal cuerpo indecible. Pero quizá soy un tipo raro, porque por lo que leo y escucho, esa parada nupcial de extranjis con una desconocida que ojalá lo siga siendo se está difundiendo a la velocidad de la luz. Y lo mismo en grupos de guasap de gañanes rijosos que, según me cuentan, en cuentas compartidas de madres y padres de ikastola. No dejará de sorprenderme que, casi medio siglo después de las pelis cutresalchicheras del destape, haya peña que se deje llevar por las mismas represiones inguinales.

Luego, claro, está la otra parte, la que para mí es la más grave de verdad. ¿Qué hay en la cabeza de alguien para sentirse autorizado no ya a visionar sino a hacer circular entre jijís y jajás la grabación de un acto sexual de dos personas que, hasta donde sabemos, no han otorgado ni de lejos su permiso para ser pasto de salidillos y pajilleros de ocasión? Doy por hecho que no solo no se plantean el puro que les puede caer por andar repicando las imágenes sino también que se la bufan las posibles consecuencias para quienes intervienen en la pieza. Hay varios casos, y siempre con mujeres como protagonistas, que han acabado en suicidio o, como poco, en tener que hacer las maletas y poner tierra de por medio. Termino añadiendo que no estamos libres de culpa los medios que abordamos la noticia pensando en la cantidad de visitas que obtendremos en nuestras ediciones digitales. Triste sino de los tiempos.

Elkano era de izquierdas

Le preguntan a Álvaro Morte, el actor que encarna a Juan Sebastián Elkano en la serie ‘Sin límites’, si no le preocupa que su personaje se politice. La respuesta es antológica. Dice que sí, que le preocupa, pero que para evitar que se apropien de él, ha hecho un Elkano “muy de izquierdas y cero totalitario”. Y esperen, que todavía cuenta que su versión del navegante de Getaria es un tipo “que busca siempre el consenso entre sus hombres, que persigue el bien común y no el bien propio y que somete a votación las grandes decisiones que toma”.

Hagamos comentario de texto. Lo que nos dice Morte, de entrada, es que para que no lo politicen otros, lo politiza él. Y, con un par, le calza su propia ideología, pasándose por la sobaquera que hace quinientos años los conceptos izquierda y derecha no existían ni en la mentalidad más avanzada. Qué decir de la membrillez de retratar a un capitán de marinería del siglo XVI dirigiendo su nao en plan asambleario. Solo le ha faltado añadir que también actuaba con perspectiva de género y que trataba como iguales a los indígenas con los que se cruzaba. Imaginen el rigor histórico de la serie que, por cierto, se ha financiado en parte con dinero público vasco.

Se podrá pensar que es solo la parrapla de un actor (un buen actor, eso no lo discuto), pero representa al milímetro la actitud de cierta progresía ante la Historia. Además de reinterpretar los acontecimientos con la perspectiva del presente y siempre según sus filias y sus fobias, cuando algo del pasado no les gusta o no les conviene, crean unos hechos alternativos y los difunden sin ruborizarse. Pre-postverdad, se podría llamar la vaina.

Iturgaiz, memoria selectiva

La ley vasca de memoria histórica y democrática pasó ayer a la siguiente pantalla. Gracias a una abrumadora mayoría, decayeron las enmiendas a la totalidad de PP-Ciudadanos y Vox y continuará su trámite parlamentario. Como subrayaron EH Bildu y Elkarrekin Podemos, el texto inicial tiene recorrido para la mejora. Ojalá las aportaciones sean de buena fe y busquen de verdad hacer justicia al enunciado de la futura norma. Sobrará la demagogia facilona, el afán de protagonismo, la impostura y, desde luego, la amnesia selectiva. Siempre he dicho que la memoria ha de ser completa y varios de los mayores reivindicadores de la dignidad de unas víctimas se olvidan voluntaria y groseramente de otras.

Y esto pasa de extremo a extremo, como comprobamos ayer, no solo por la postura del PP en la cámara, sino por un tuit de su (todavía) presidente. Se adornaba Carlos Iturgaiz en la red del pajarito azul recordando que justo en el día en que se debatía la ley de la memoria, se cumplían 85 años de la destrucción de la iglesia getxotarra de Las Mercedes por parte de un batallón anarquista. Puesto que, como acabo de escribir, no tengo el menor empacho en denunciar todos los excesos, vengan de donde vengan, me podría parecer de lo más procedente la piada. Lo que ocurre es que me resulta de lo más revelador que no exista constancia de una sola ocasión en la que Iturgaiz haya mostrado su repulsa por alguna de las incontables fechorías de los franquistas desde 1936 hasta anteayer. Así no que no solo no es creíble su rasgado de vestiduras sino que deja bien a las claras sus simpatías y sus antipatías… por si cabían dudas.