Lo de Mick Jagger y el ‘Guernica’

Lo cierto es que vi la foto que tuiteó Mick Jagger junto al Guernica de Picasso y no le concedí mayor importancia. De hecho, más que en el cuadro, me fijé en el envidiable aspecto que luce el líder de sus satánicas majestades con casi 79 castañas en el cuerpo y una vida muy vivida. Lo otro me pareció absolutamente normal: una figura de relieve planetario recibe un trato diferente al del resto de los mortales. Lo último que se me ocurriría sería escandalizarme u ofenderme. Y lo penúltimo, pensar que semejante menudencia pudiera provocar una polémica de talla XXL en las redes sociales.

La queja mayoritaria iba, como pueden imaginar, porque al astro del rock se le permitiera retratarse junto a la icónica obra, cuando los visitantes de la pinacoteca lo tienen expresamente prohibido. Otros anotaban como agravio añadido intolerable que se le hubiera dejado entrar un lunes, día de cierre del centro. “¡Claro, como yo no soy Mick Jagger, a mí no me dejaron!”, proclamaba uno de los enfurruñados, sin darse cuenta de que estaba dando en el clavo, pero no necesariamente a su favor. Cuando el tipo haya cosechado la mitad de los logros de Jagger, quizá se habrá ganado un pequeño privilegio como este del que estamos hablando. Eso, sin mencionar el incalculable valor promocional que tiene para el museo la difusión urbi et orbi de una imagen así.

¿Que quizá se deba relajar la dichosa norma y permitir también hacerse fotos a los visitantes? Puede ser, pero entonces la nueva bronca sería por haber convertido en una verbena de selfis la contemplación del cuadro. Siempre encontraremos algo por lo que quejarse.

El Supremo se declara en rebeldía

Como imaginarán, no albergo la menor simpatía por el ex miembro de ETA Xabier Atristrain. No se me escapa que directa o indirectamente participó en asesinatos, secuestros y extorsiones, y que, desde luego, apoyó todos los crímenes de la banda de la que era miembro y de la que ni mucho menos ha abjurado. Con todo, mis consideraciones morales sobre el tipo no me impiden denunciar que su detención y reingreso en prisión constituyen un atropello de esos derechos que tanto se cacarean. Nos guste más o nos guste menos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tumbó hace tres semanas el recurso que había presentado España contra el fallo que obligaba a su excarcelación. El motivo que se esgrimía en el auto inicial y que se repite en la resolución del recurso es que tras su detención en 2010, Atristrain vio vulnerado su derecho a elegir un abogado de confianza. Y como se trata de un fallo firme, la consecuencia inmediata era que no se podía revocar la libertad de la que gozaba desde febrero. Punto pelota.

O no tan punto pelota. No para el Tribunal Supremo, que se ha fumado un puro con la sentencia de obligado cumplimiento y ha devuelto a la cárcel al exmiembro de la banda. Atendiendo a la larguísima lista de barbaridades que tiene acreditado el organismo judicioso, tampoco podemos decir exactamente que sorprenda esta última. Otra cosa es que tenga quintales de bemoles que nada menos que unos magistrados se declaren abierta y desvergonzadamente en rebeldía contra lo que les insta a cumplir el TEDH, una entidad a la que debe obediencia. Curiosa pero reveladora forma de entender el imperio de la ley.

Hablar menos, trabajar más

La clavó ayer en Onda Vasca el portavoz de Lakua, Bingen Zupiria. “Hay que hablar menos y trabajar más”, sentenció después de que Txema Gutiérrez le preguntara y repreguntara por el presunto pifostio entre los dos socios del gobierno de Gasteiz. Si lo recuerdan, terminé ayer esta misma columna diciendo que era mejor no andar jugando, y entiendo que las palabras de Zupiria apuntan en esa dirección.

A estas alturas, PNV y PSE se conocen como si se hubieran parido mutuamente. Nada de lo que pueda pensar, hacer o decir el uno le puede sorprender al otro y viceversa. Cada cual sabe dónde están los principios irrenunciables y los límites propios y ajenos, y al firmar sus pactos, a ninguno se le ocurrió exigir a la contraparte que renunciara a ellos. A buenas horas vamos a descubrir que a los jeltzales se les queda cortísimo el cada vez más vetusto, inoperante y afeitado apaño de las autonomías y que su apuesta, previo paso a la soberanía plena, es el reconocimiento de la plurinacionalidad del estado y la profundización del autogobierno, que ya viene recortado de serie. Y a buenas horas vamos a descubrir también que a los socialistas, por más postureos federalizantes que amaguen a veces, lo que les va es el centralismo jacobino. Así que manda narices que, en la segunda legislatura compartida, sigamos a vueltas con la misma vaina. Máxime, cuando los zascandileos que abundan sobre esa especie se complementan con amenazas nada veladas de romper la baraja y conformar una “alianza de izquierdas” que tendría como principal bastión a EH Bildu, fuerza que, hasta donde uno sabe, también es soberanista.

Eneko Andueza, afán de protagonismo

Asisto con creciente perplejidad a la caracterización de Eneko Andueza —no sé si buscada, por inercia o por malos consejos— como provocador de cagüentales en Sabin Etxea y generador de mal rollito en Ajuria Enea. Aunque antes de ser elegido como secretario general del PSE ya tenía presentada alguna bibliografía en materia de titulares punzantes, tiradillas o cargas de profundidad, nada hacía prever que tras la sustitución efectiva de Idoia Mendia se fuera a convertir en el pirómano dialéctico que está demostrando ser. Al contrario, parecía un tipo cercano, incluso empático, capaz de tejer complicidades a varias bandas, firme en la defensa de sus ideas pero más partidario de apagar fuegos que de encenderlos.
Conociendo un poco el paño comunicativo y con unas nociones de psicología parda sobre los líderes recién proclamados, tiendo a pensar que el amante de la tauromaquia Andueza le ha cogido gusto a entrar a cada trapo que le ponen mis compañeros de oficio. Buenos somos los plumíferos cuando detectamos a alguien que, tras acumular quinquenios sin que nadie le hiciera el menor caso, descubre que de pronto sus piadas merecen unas letras gordas y unas comillas al principio y al final. El problema, como ocurre con los chantajes y las adicciones, es que la siguiente mordida o la siguiente dosis debe ser mayor. Y así se ingresa en una espiral de consecuencias impredecibles.
Salvo que este humilde tecleador esté muy equivocado, ahora mismo no hay gran riesgo de romper los diversos pactos de gobierno entre PNV y PSE. Las bases son sólidas y ambos partidos saben que se necesitarán aquí y en Madrid durante un tiempo. Así que mejor no andar jugando.

Fumar casi nunca es un placer

Como conté ayer, día mundial sin tabaco, en Onda Vasca, muy pronto se cumplirán ocho años de mi última calada. Fui muy consciente de ella. Mi médico me llamó a las ocho de la mañana para pedirme que bajara corriendo a la consulta porque acababa de recibir el resultado de unas pruebas de rutina que me había mandado hacer. Los análisis y, sobe todo, un electrocardiograma, le indicaban que algo no iba bien. Llegué al ambulatorio apurando ese pitillo que, ya digo, sabía que era el último, y fui despachado al hospital de Cruces con un volante de máxima urgencia. Según entregué el papel en admisión, un celador me llevó en volandas a una pequeña sala donde me pusieron una inyección y una pastilla debajo de la lengua, y me llenaron de electrodos. “¡Hostia puta!”, le oí decir al médico al ver la gráfica en el papel milimetrado. Luego me miró a mí y dijo: “No te puedo explicar científicamente cómo estás vivo. Has tenido un infarto de los que normalmente no se sale”.

Mil pruebas después, quedó acreditado que la culpa, por encima de mi vida y mi alimentación desordenadas, había sido del joío fumeque. Dos paquetes diarios de media, aunque no era extraño que fueran tres. Quince días más tarde, salí del hospital convencido de que aquel patatazo que me pudo llevar al otro barrio había sido una bendición. Hoy sigo pensándolo y aquí estoy, contándoselo a ustedes, le den o no al trujas, después de los consabidos mensajes para acojonar y excitar el sentimiento de culpa del personal que corresponden al día oficial contra la nicotina. Es solo una experiencia personal. No va más allá. Pero ojalá le sirva al alguien.

¿Limitación de mandatos?

Hace un par de semanas, Ada Colau se tuvo que montar un autofestival de coros y danzas para que las bases de su movimiento político le dieran permiso para optar a un tercer mandato al frente de la alcaldía de Barcelona. Por supuestísimo, el 99,99 por ciento de los llamados a consultas dieron su visto bueno a pasarse por entre las ingles uno de los principios supuestamente irrenunciables consignados en los estatutos de la plataforma: la limitación de mandatos a dos legislaturas. Lo peor, como suele ocurrir en estos digodiegos esperpénticos, fue tener que argumentarlo como una excepción justificadísima. Eso, sin ser capaces de dar una puñetera razón.

El pecado original de Colau y de otros chopecientos referentes de la zurda molona es haberse subido a la parra con la pureza ética de plexiglás. Les ocurrió también con lo del supuesto tope de la remuneración. Poco o nada tardaron en pillar en bruto igual que los del resto de partidos. A nadie le gusta pasar por el más tonto de entre los representantes institucionales: hoy es el día en que el casto Echenique ingresa lo mismo, si no más, que Cuca Gamarra o Inés Arrimadas. La tontuna respecto al máximo de mandatos es que es un tabú sin el menor sentido. Les admito que eternizarse en un cargo (el muy rojo Sánchez Gordillo lleva 43 años como alcalde de Marinaleda) puede llegar a oler a chotuno. Pero, como administrado, también les digo que si resulta que encuentro una autoridad competente que lo es en toda la extensión de la palabra, no tengo el menor inconveniente en respaldar su gestión con mi humilde voto durante el tiempo que estime necesario.

Lilith Vestrynge y la meritocracia

La última lección sobre la meritocracia la ha impartido Lilith Vestrynge, se lo juro. Como sabemos todos los del plan del antiguo (porque él mismo lo tiene confesado), su padre fue un fascista que agredía a rojos a cadenazo limpio antes de convertirse en perrito faldero y delfín de Manuel Fraga Iribarne como baranda de Alianza Popular. Luego, el gallego de voz de trueno que pronunciaba el apellido del susodicho con efe larga —Ffffffestrynge— se lo quitó de encima de una patada y apostó primero por el mingafría Hernández Mancha y, en segundas nupcias, por el muchachito de Valladolid Aznar López. La venganza del despechado y frustrado heredero de la derecha española más silvestre fue pasarse con armas y bagajes al extremo ideológico (presuntamente) opuesto. Un buen día nos lo encontramos travestido de ultraizquierdista, asesorando a Chávez y pregonando la buena nueva bolivariana.
Lo divertido a la par que revelador es que coló, y la siniestra fetén lo adoptó como faro, pese a su tremebundo pasado y a la pasta de especulador inmobiliario que le caía por las orejas. Con ese dineral pagó a su niña, la arriba mentada Lilith, la educación más exclusiva en colegios privados españoles y universidades chic francesas. Hoy, esa mujer que, de no apellidarse como se apellida, no habría llegado ni de palo a secretaria de organización de Podemos, afirma que la cultura del esfuerzo es un mito y que la inmensa mayoría de los que prosperan socialmente se lo deben a su cuna y a la cuenta corriente de sus progenitores. Evidentemente, habla por experiencia propia y, al hacerlo, se retrata a sí misma y a quienes la jalean.