Esas coincidencias del almanaque. El domingo, 8 de marzo, mientras todo quisque se venía arriba con los manoseados y falsarios eslóganes dizque por la igualidad, el estadio Benito Villamarín en pleno aclamaba a un presunto maltratador. A quién le importará que al tal Rubén Castro se le pidan dos años y un mes de cárcel bajo la acusación de haber dejado la cara de su exnovia como un mapa, si en jornada tan señalada el tipo le casca tres goles al Valladolid, rival directísimo por el ascenso, y consigue alzar al cuadro verdiblanco al coliderato de la Segunda División. ¡Musho Beti, musho beti, heh, heh!, y allá que le vayan dando a todo lo demás.
¿Alguien debería extrañarse? No, desde luego. Estamos hablando del mismo campo donde durante semanas se coreó que la víctima de las palizas era una puta y que su supuesto agresor e ídolo local había hecho muy bien en atizarle una mano de guantás. Como ya escribí, directiva, cuerpo técnico, plantilla al completo, medios locales y, desde luego, afición con contadas excepciones fueron cómplices cobardes de todo aquello. Y cuando por chiripa trascendió, en lugar de bajar la cabeza y pedir perdón, la respuesta fue una campaña bajo el lema —¡Hay que joderse!— “El Betis se respeta”.
Ya vemos cómo: jaleando histéricamente a un tipo juzgado por cuatro delitos de violencia machista y otro de amenazas. El mismo, por cierto, que cuando le preguntan qué le parecen los vomitivos cánticos de sus seguidores sale por esta petenera: “Cada uno es libre de decir lo que quiera”. Pero como marca goles —tres el domingo, día internacional de la mujer— es un héroe intocable. Asco.