Me sorprendo a mi mismo contando a los oyentes de Gabon en Onda Vasca que el próximo domingo llega la hora de la verdad para Grecia. Es exactamente lo que dije de cara al referéndum de hace solo cinco días, que a su vez es la fórmula empleada ante cada una de las decenas de reuniones de urgencia del Eurogrupo, el Consejo Europeo o la institución que toque. No les hablo de un periodo de tres o cuatro meses. Ni siquiera de un año. Desde 2010 llevamos con la martingala del todo o nada, el ahora o nunca y el no va a más. Salvo la eterna Merkel, hemos visto cómo cambiaba todo el elenco de mandatarios comunitarios y estatales, pero el ultimátum supuestamente improrrogable se ha mantenido en términos idénticos. Y siempre ha habido un plazo más, seguido de otro, otro y otro.
¿Es el que vence pasado mañana, con la decisión sobre la enésima propuesta de Tsipras, el punto de no retorno definitivo de verdad de la buena? No seré yo quien lo asegure, por mucho que vaya teniendo pinta de que ya no puede quedar mucha más cera que la que arde. Pero miren solamente lo que ha ocurrido con el referéndum de hace menos de una semana. Su sola convocatoria y no digamos ya el monumental ‘no’ que salió de las urnas parecían anticipar un plante en toda regla, un giro sin posibilidad de marcha atrás o la quema de las naves, escojan la metáfora que quieran.
Pues ya ven que no. Los llamados acreedores tienen ahora sobre la mesa una propuesta helena que rebasa las líneas rojas que llevaron a la convocatoria de la consulta popular: subida de IVA y, sobre todo, recorte de pensiones desde ya. Con Grecia, nunca digan nunca jamás.