Sinde ya no es nombre de ley

Celebro la derrota de la Ley Sinde en el parlamento español por varios motivos. Uno, porque le ha enfadado mucho a Alejandro Sanz, que nos ha salido cantor-protesta después de años de empalago prediseñado a mayor gloria del Hit Parade. Dos, porque mola que de vez cuando no cuele el cambio de cromos entre partidos. Y tres, porque bajo el pretexto de defender -noble causa- el derecho de los creadores a comer de vez cuando de su inspiración y su transpiración, lo que realmente buscaba era vía libre para empezar a cerrar webs que disgustasen a los señoritos, y sin siquiera tomarse la molestia de buscarse un juez que barnizase de legaligad la cosa. Como han dicho algunos, patada en el servidor y se acabó.

Me cuesta un esfuerzo mayor, sin embargo, compartir el bullicio de la facción más artificiosamente revoltosa, alegre y combativa de la red, esa que ha convertido en antorchas sus Blackberrys, Iphones o HTCs de quinientos euracos -conexión a precio de caviar aparte- en nombre del acceso universal y gratuito a la cultura. Espero verlos pronto igual de levantiscos frente a sus compañías telefónicas o los monopolios tecnológicos que les proveen de sus fetiches. O contra los Grandes Hermanos Google o Facebook, que nos llevan -sí, a mi también- cogidos del ronzal por esos cibermundos de los que se han apropiado sin mayores quejas de quienes antes creían pastar libremente por ellos.

Casi todo es negocio

Que me apunten para cuando empiecen tales guerras, que a esas sí voy. Esta, lo reconozco, la he visto desde la barrera porque, compartiendo el objetivo último (ya he dicho que la ley me parecía un engendro), no me sentía nada cómodo partiéndome la cara por unas webs, bastantes de las de descargas presuntamente gratuítas, que son tan negocio como las malvadas multinacionales. Tampoco veía qué se me había perdido junto a los cabecillas de la machinada, grandes gurús de corbata y maletín que dan conferencias con el caché de Lady Ga-ga y que publican libros con un pedazo de Copyright como la copa de un pino.

Pero seguramente lo que menos me ha convecido de la trifulca de estos días atrás ha sido el innecesario desprecio por los creadores que he percibido. Sobrepasa la paradoja montar un cirio de este tamaño para tener acceso libre a las obras de los mismos tipos a los que se despelleja sin compasión por peseteros, apalancados y no sé cuántas cosas más. ¿Queremos que trabajen para nosotros sin cobrar? ¿Es eso? Ya sé de sobra que no, pero a veces el trazo grueso de las consignas induce a la confusión.