Un banquillo para Baltasar Garzón

“Garzón será juzgado por las escuchas de Gürtel antes que los corruptos”, titulaba ayer El País. El chirene presidente de Cantabria, siempre dos corcheas más arriba, mejoraba el enunciado: “me asombra que pase por el banquillo antes que los chorizos”, se hacía el sorprendido el comercial de anchoas de Santoña. Cualquiera diría que acabamos de descubrir cómo las gasta la llamada Justicia en la piel de toro. A estas alturas ya deberíamos saber que no es nada extraordinario que sus togadas señorías diriman sus cuitas y sus celos profesionales emplumándose mutuamente. Se da la circunstancia, además, de que en esta ocasión no parece ser ese el caso.

Salvo que quisiese ser juzgado él mismo, el instructor del Tribunal Supremo no tenía modo de hacer la vista gorda sobre la colección de irregularidades (dejémoslo ahí) cometidas por el de la voz de flauta en sus chapuceras diligencias del pufo gurteliano. No suena a moco de pavo lo de “delito continuado de prevaricación y de uso de artificios, de escucha y grabación con violación de las garantías constitucionales”, que es lo que se le imputa esta vez al juez que veía amanecer. Nada que no resulte dolorosamente familiar, por cierto, a decenas de víctimas -muchas de esta parte del mapa, como es sabido- de sus instrucciones patateras, labradas a mayor gloria de las cámaras y de futuras medallas y distinciones de foros de irreprochable (¡ja!) conducta democrática.

De su propia medicina

No es fácil decidir si reír o cogerla llorona ante la dolida reacción del jienense, que clama que la decisión que acerca su culo al banquillo es absolutamente arbitraria. Él, que lleva decenios administrando la justicia como si fuera el jamón que le tocó en una tómbola, sale ahora con esas. Y añade, quejumbroso, que se siente condenado de antemano. Mira tú, igualito que tantos y tantas que un día tuvieron la mala potra de ser encausados en una de sus timbas judiciosas.

Me pasma que una parte de la izquierda con la que yo puedo sentir que tengo bastante en común lo haya adoptado y elevado a la categoría de mártir. Nadie que conozca mínimamente sus andanzas puede atribuirle ni en broma a Baltasar Garzón la condición de valeroso luchador por la verdad y la libertad. Si ahora no está al otro lado de la barricada, no es porque se haya venido por su propio pie. Es, sencillamente, porque las fuerzas más reaccionarias, a las que sirvió con tanto denuedo, se lo han quitado de encima. Pensar que puede tener un ideal diferente a su propio ego es hacerle un favor que no merece.