Yolanda Barcina ya tenía una foto en Basaburua. Se la sacó en el mismo rally donde, pasándose por el arco del triunfo el código de la circulación, completó el álbum de instantáneas que atestiguaban que, siquiera por unos segundos, había pisado las 272 demarcaciones sobre las que aspira ordenar y mandar con la vara de su padrino, Miguel Sanz. Pero a la coleccionista compulsiva de imágenes le debía de saber a poco ese retrato apresurado y clónico de los otros 271 que se hizo al lado de las placas con el nombre de los pueblos. Necesitaba que la inmortalizaran junto a un souvenir gráfico con más intensidad dramática, algo que la presentara -sobre todo, ante quienes no la conocen y, por tanto, son más fáciles de engañufar- con ese coraje pinturero de sus ex-socias San Gil, Otaola o Esperanza Aguirre.
¿Qué tal una pared de ladrillo cutremente blanqueada sobre la que una firme mano armada con spray negro hubiera escrito Gora E.T.A., así, con puntos entre las siglas, a la antigua usanza? ¡Fantástico! Esa era la idea. Y allá que se puso en marcha rumbo al norte el Barcibús, sin que nadie se parase a solicitar el pertinente permiso municipal para hacer un acto público. ¿Para qué? ¿Acaso el Séptimo de caballería mandaba una instancia a los pieles rojas para advertirles de su llegada? Esas formalidades no proceden en las acciones de conquista, o sea, de reconquista.
La intrépida comitiva llevaba lo necesario para adentrarse en tierra hostil. Como se sabe, al kit básico -atril, megafonía, carteles- hay que añadirle como elementos imprescindibles unos aguerridos periodistas que cuenten la hazaña al mundo. En este caso, además, era menester completar el lote con un puñado de entusiastas que hicieran de asistentes al mitin, pues no se esperaba que hubiera muchos nativos por la labor.
Todo salió a pedir de boca. La prensa afín da gozosa fe de ello. Sepa la Chula Potra quién reparte aquí las bofetadas.