Como se sabe, el secuestro de más de doscientas niñas en Nigeria es un asunto de mucha risa. ¿Que digo una barbaridad? Pues vayan y háganselo ver a la legión de guasones irreductibles que se lo están pasando cañón tuneando la foto en la que María Dolores de Cospedal aparece con el cartel de la campaña por la liberación de las jóvenes. Ha sido el penúltimo gran éxito de ese pastizal de ovejas que a veces —no siempre, ojo— son las redes sociales. Las adaptaciones bufas, muchas de innegable ingenio, han corrido como la pólvora hasta conseguir ese peculiar fenómeno que consiste en erigirse en noticia de más repercusión que los propios hechos de fondo, es decir, el cautiverio de las alumnas y la movilización para conseguir que vuelvan a sus hogares.
Lo curioso y a la par revelador es que llamar la atención sobre ello le convierte a uno en un avinagrado cortarrollos que no deja que el personal se descojone de lo que le venga en gana. Es la vigencia eterna del gag de Gila sobre aquellos gañanes: “Le quemamos la casa y se enfada; pues si no aguanta una broma, que se vaya del pueblo”. Puede que aquí el incendio haya sido metafórico e incluso quepa citar como atenuante que no había mala intención. Casi peor, porque eso denota que no se está dispuesto a detenerse un segundo a pensar acerca de la pertinencia o no de hacer gracias sobre determinadas cuestiones. Y sí, también sé que la excusa de carril es señalar que en este caso, como diría García Márquez, no hay que buscarle el pelo al huevo. Ocurre que se trata de un huevo melenudo, leñe. Hay mil motivos para hacer mofa y befa de Cospedal. Pero no este.