Se consumó la cacería. Después de meses de acoso y derribo sin cuartel, el consejero Jon Darpón, tan duro, tan berroqueño como parecía, se ha quitado de en medio. Fíjense que a primera hora de la mañana de ayer, cuando ya se había instalado el chauchau sobre su dimisión, yo no acababa de creérmelo. No llegué a apostar, pero pese a los crecientes indicios sobre lo que finalmente ocurrió, en mi fuero interno aún pensaba que aguantaría. En realidad, quería pensarlo por algo tan simple y primario como, obviamente, cándido por mi parte: era radicalmente injusto que resultara el chivo expiatorio de esa gran mentira con trocitos de verdad que se ha montado a cuenta de las irregularidades en unas especialidades muy concretas de la OPE de Osakidetza.
Muy concretas, vuelvo a resaltar, porque hace falta ser desmedidamente mezquino para extender la mierda, propia de Inda, de que todo quisque que trabaja en el Sistema Vasco de Salud ha conseguido su puesto haciendo tortillas en un batzoki. De hecho, las medianías políticuelas que han montado este pifostio saben que en el tráfico real —yo no niego evidencias— de favores no ha habido siglas, sino otras cuestiones. Amiguismo, desde luego, pero también, y aquí es donde los ventajistas dan grima, la intención de tener a los más aptos de verdad en la certidumbre de que el método de selección es un cagarro infecto. La cosa va de salvar vidas, poca broma. Pero, claro, en lugar de conjurarse para mejorar el procedimiento infame y hacer un verdadero servicio a la sociedad, resultaba más fácil sacarse la foto con la pieza cobrada entre las fauces y pidiendo todavía más sangre.