Esta no es la columna que iban a leer ustedes. En la original, que ya estaba enviada y presentada en página, les hacía partícipes de mi curiosidad sobre el modo en que el Gobierno español iba a obligar a cumplir sus últimas disposiciones político-sanitarias a las comunidades que habían manifestado su intención de no bajar la cerviz. Celebro tener el trabajo de extra de teclear estas líneas de sustitución, porque el BOE me ha ofrecido la satisfacción a lo que tanto me intrigaba. La firmeza de la inconsistente ministra Carolina Darias amenazando con dar tastás en culo a las autoridades locales díscolas era pura impostura. Al final, lo que ha ido negro sobre blanco al órgano que recoge las disposiciones normativas es que la CAV se las puede pasar por la sobaquera en atención a su situación epidemiológica específica. Y ojo, que tampoco es privilegio particular, porque se les deja el mismo libre albedrío al resto de autoridades locales que no estaban por la labor de comulgar con la rueda de molino evacuada por el Consejo Interterritorial de Salud, ese organismo que, como bien dibujaron Asier y Javier, es una versión cutre y sin gracia del camarote de los Hermanos Marx. Desconozco si esta golondrina hará verano. Ojalá el presidente español, al que cada vez más gente conoce como “Su Persona”, haya recapacitado y caído en la cuenta de que no puede seguir maltratando por más tiempo a sus socios más leales cuando se ve de minuto en minuto su precariedad aritmética para mantenerse en Moncloa. Me alegro infinitamente del puñetazo encima de la mesa del lehendakari advirtiendo de que no acataría el edicto del desahogado Sánchez. Ese es el camino.