Un antiguo compañero de José Bono en el PSP de Tierno Galván me lo describió como el peor hijo de puta que había conocido en su vida. No llegaré tan lejos, sobre todo, por respeto a su difunta madre. Lo dejo, sabiendo que me quedo corto, en canalla, rastrero y miserable.
¿Qué por qué me ocupo hoy y en este tono despendolado de un forúnculo fosilizado que ya no pinta nada salvo para las cuatro tertulias —ora fachas, ora progres— que le ríen las gracias de tarde en tarde? Me alegrará que no lo imaginen, porque es señal de que el pasado domingo tuvieron mejores cosas que hacer que leer la huevonada galáctica que publicó en El País. Siento sacarles de su bendita ignorancia y les prometo que he calibrado si no sería mejor dejarlo correr para no regalarle al individuo una gota de la trascendencia que no consiguió. En este caso he concluido que la rufianada no podía pasar sin una mínima apostilla.
La pieza se titula “Menos corrupción y más solidaridad es lo que necesita Cataluña”, que ya hay que tener pelendengues para encabezar así, estando de porquería hasta el cuello. La pretensión es doble: menear la cloaca antisoberanista y promocionar su próximo libro de memorias. Curiosa palabra, esa última, teniendo en cuenta que la víctima propiciatoria del escrito es Pasqual Maragall, a quien el Alzheimer le está robando sus recuerdos. Aprovechando tal desigualdad y sabiéndose a salvo de réplica, el cobarde ventajista Bono recrea una supuesta conversación de hace nueve años en la que Maragall queda como el bribón inepto que abrió la puerta al secesionismo ahora imparable. Juzguen si se puede caer más bajo.