Aparte de proporcionar una coartada para la bulla demagógica y ser un agradecidísimo relleno de tertulias (incluida la que dirige o así este servidor en Onda Vasca), el asunto del momio laboral que se le procuró al cesante Mikel Cabieces a la vera verita de Kutxabank vuelve a poner sobre el tapete la delicada cuestión de los políticos que se quedan a dos velas. ¿Qué hacemos con la nada desdeñable cantidad de cargos, carguetes, carguillos y cargazos públicos que pierden la nómina cuando cae el gobierno que les da de pastar?
Con los de relumbrón y quizá hasta los de tercera fila, ya sabemos —porque lo acaba de revelar Mario Fernández y porque la práctica tiene lugar frente a nuestras narices— que los usos y costumbres, o sea, las leyes no escritas, marcan la búsqueda de una sinecura de toma caviar y moja. Luego ya la suerte, la disposición de chollos para repartir o el tamaño de los servicios prestados decidirán si la puerta giratoria desemboca en el despacho de una compañía de postín, un negociado en cualquiera de las tropecientas empresas parainstitucionales o en algún ayuntamiento que conserve el partido conseguidor.
Pero, sobre todo si el descalabro electoral es gordo, no suele haber suficientes caramelos para repartir. En esa tesitura, quienes lo tienen más jorobado son los políticos de infantería. Deberán conformarse con la aplicación de las leyes sí escritas que estipulan, como mucho, una indemnización y una palmadita en la espalda. Les propongo que se pongan en las pieles de estas personas que se saben el eslabón más débil. ¿Hasta dónde podría llevarles su instinto de conservar el puesto?