Fue hace ya unos días y ha habido por medio una petición de disculpas a la remanguillé, pero no consigo que se me pase el sulfuro provocado por [Enlace roto.], presidenta del Círculo de Empresarios e integrante de una familia de rancio abolengo que floreció especialmente en el franquismo. Esto último hace más hirientes sus babeos: una espécimen humanoide que le debe todo lo que es a la cuna en que la evacuaron tiene las santas pelotas de proclamar que los jóvenes sin formación no sirven para nada. Podrán decirme que [Enlace roto.], pero aparte de que no cuela, lo verdaderamente grave no está en la expresión concreta sino en la ponzoña general que late bajo un discurso que es, sin matices, el del hijoputismo social. A los que nacieron para martillo, viene a decirnos la tipeja, les caen del cielo los clavos y su única opción es joderse y bailar al ritmo de quien ha comprado a precio de ganga —ella propugna que sea aun menos— su fuerza de trabajo.
Bien saben quienes me leen de antiguo que no soy de los que divide el mundo en malvados e insaciables explotadores y cuitados explotados indefensos. Aunque de lo uno y de lo otro, haberlos, haylos, conozco la amplísima gama de grises entre ambos extremos y mi progresismo (o similar) no se resiente por no comulgar con la caricatura empresarial al uso. Echo en falta, eso sí, un desmarque rotundo cuando —y ocurre con harta frecuencia— uno de sus representes oficiales u oficiosos regüeldan una melonada lacerante como la de esta individua que tan bien hubiera lucido en las novelas de Dickens.