Sigo, poco más o menos, donde lo dejé ayer. El desarme lleva a la disolución. Por lo menos, esa es la lógica que se está vendiendo, que sin lo uno no es posible lo otro. Y hasta donde sabemos por la correspondencia de la banda con las personas vergonzosamente maltratadas por los aparatos judiciales y policiales franceses, la intención de ETA es bajar la persiana de aquí a doce meses. ¿Lo hará? Ya iría siendo año. De hecho, el sexto desde que anunció lo verdaderamente importante, es decir, la decisión de dejar de matar y extorsionar.
Podemos engañarnos lo que queramos. El auténtico fin estuvo ahí. Lo demás han sido epílogos y mareos de perdiz. Esa sociedad civil tan mentada en este asunto lo tuvo claro desde el primer momento. Pasó página y se dedicó a sus mil tribulaciones. ¿Olvidando todo lo que había pasado? ¿Obviando lo muchísimo que queda pendiente? No exactamente. Tampoco somos tan ombliguistas ni insolidarios. Simplemente, la cuestión se ha relegado en el orden de prioridades de cada cual, pero eso no significa que haya dejado de importar. A estos más y a aquellos menos; la condición humana.
La conclusión es que a efectos prácticos ETA está disuelta. Diría que la inmensa mayoría tiene esa convicción. Si hay un comunicado definitivo, se recibirá con el correspondiente júbilo y la Historia señalará su fecha de emisión como la del final oficial. Pero no mucho más. Quedará por ver, eso sí, el comportamiento de los únicos que han convertido la disolución en tótem, condición sine qua non y punto definitivo de inflexión. Conociendo el paño, apuesten a que encontrarán un nuevo requisito que exigir.