Escenografía y ritual

Fin del primer acto. Cinco puntos subordinados al primero: que ETA lo deje de una vez. ¿Y para este predecible viaje hacían falta tantas alforjas internacionales? ¿Era necesario que vinieran de fuera a decirnos lo que sabemos hace decenios? Mi respuesta es afirmativa en ambos casos.

Muchos de los que han mirado con crítica pero respetuosa desconfianza la cita donostiarra —y no digamos los que han sacado las garras— han puesto el acento en lo que podía tener de acto propagandístico o de escenografía amañada. A buenas horas descubrimos la pólvora. Ya no queda casi nada bajo el sol que no sea susceptible de utilización a beneficio de parte. Allá donde hay un puñado de cámaras, da lo mismo un sarao benéfico que unas inundaciones, habrá alguien interesado en salir en la foto. Cuestión, pues, de emplear los codos, la capacidad de seducción o la labia para agenciarse el trocito de gloria correspondiente. Aquí hay para todos.

Y en cuanto a lo de la escenografía, otro gran hallazgo. La rendición de Breda, el abrazo de Bergara, el acuerdo de Viernes Santo y hasta el reencuentro emocionado de Oteiza y Chillida tuvieron su parte teatral. Nos enseñan la Sociología, la Antropología y la Historia que, desde que nos pretendemos civilizados, a los humanos nos pirran los rituales y los boatos. Si lo que necesitaba ETA antes de formar parte de ese pasado que un día escribiremos y reescribiremos era un poco de pompa y circunstancia, se me antoja una ganga lo del Palacio de Aiete. ¿Que así sacaran pecho y se tomarán por vencedores? Pronto me echaré unos párrafos sobre eso, pero de momento adelanto que también hay quien se cree Napoleón o Jesucristo redivivo. Cada cual con su delirio.

Dejemos, por tanto, que avance la ceremonia. Hoy toca que hable la Izquierda Abertzale en una comparecencia que han anunciado “solemne”. Y mañana o pasado, el continuará, que ojalá sea, en realidad, el sanseacabó.

La Conferencia

Ni idea, oiga, de lo que saldrá de la Conferencia de Donostia. Doy por hecho que no será la línea mágica que marcará el antes y el después, porque a nuestro novelón le faltan aún unos cuantos epílogos. Tampoco espero una cosecha de soluciones maravillosas listas para poner en práctica; en un puñado de horas no se arregla lo que llevamos años sin atinar a componer. ¿Entonces? Me basta y me sobra con la foto. Dentro de un tiempo habrá quien lamente haberse autoexcluido de un retrato que junto a otras imágenes —unas ya tomadas y otras por tomar— quedará como memoria gráfica del cierre de este capítulo de nuestra Historia. Yo ya tengo el dedo corazón preparado para enseñárselo a los ausentes voluntarios cuando vengan a contarnos lo mucho que se esforzaron por desterrar la violencia del escenario y blablablá.

Comprendo el escepticismo, el recelo, la resistencia de los que vienen escaldados y quieren poner distancia hasta con el agua fría. La duda casi siempre es higiénica y más cuando, como ocurre en nuestro caso, sabemos lo que es hacer el pardillo en veinte o treinta ocasiones parecidas a esta. Me cuesta muchísimo más, sin embargo, entender a quienes, inopinadamente, han cogido la garrota y se han liado a mentar la madre de organizadores, participantes y asistentes del encuentro. No hablo de los soflamadores políticos habituales ni de la prensa de choque, cuyos berrinches estaban descontados en el presupuesto. Tipos que casi todos teníamos por comedidos y templados se han puesto como hidras estos días. Ellos y ellas sabrán por qué. Los demás sólo lo sospechamos.

Me quedo, en cualquier caso, con quienes con mayor o menor dosis de entusiasmo han optado por estar. Como escribía al principio, es altamente probable que la Conferencia no sea el final del camino. Pero es un jalón —ya veremos en su día si grande, pequeño o mediano— por el que no nos cuesta absolutamente nada pasar.