A pesar del título, el pasado martes creí que había dejado suficientemente claro que no pretendía generalizar. Lo subrayaba en el último párrafo y vuelvo a hacerlo en el primero de estas nuevas líneas que encabezo, en evitación de malentendidos, “Algunos que corren”. Por si fuera necesario, incluyo de serie una sincera petición de perdón a las y los deportistas que se sintieron aludidos por el retrato de trazo deliberadamente grueso que esbocé en mi escrito. Confieso, al mismo tiempo, mi enorme sorpresa ante el hecho de que los corredores que se lo toman en serio pudieran verse reflejados en la compilación de rasgos de quienes se echan al asfalto, como poco, a tontas y a locas. Cuantas más vueltas le doy, más meridiano me parece que estas personas que actúan con sentido común son las que tienen verdaderos motivos para estar enfadados con los individuos que han convertido su pasión en motivo de broma… o sospecha.
Insisto en mis disculpas, pero comprenderán que lo que no puedo hacer es negar la existencia de un tipo de corredor —si merece el nombre— que responde a las características descritas, o sea, a las caricaturas al uso. Tampoco me parece rebatible que esto de lo que estamos hablando trascienda ya de la consideración de deporte para haberse instituido en fenómeno. Comercial, para más señas: hay mucho dinero en juego, como dan fe esas inmensas superficies en las que cualquiera, lego o profano, se puede agenciar doscientos tipos de de zapatillas, una jartá de pócimas inteligentísimas o, por no seguir, una extensísima cacharrería informática para los usos más peregrinos. Lo de la salud, ya tal.