Osasuna y el cinismo

No se cansa de hacer horas extras el gendarme de Casablanca. Ahora en la vieja Iruña: “¡Qué escándalo, qué escándalo! ¡Aquí se amañan partidos!”. Me pregunto si cuela y a quién. Fíjense que a este humilde escribidor de tontunas, aun estando a 150 kilómetros y habiéndose quitado mucho de la farlopa futbolera, le había llegado el chauchau ya hace un buen rato. Creo recordar que fue en medio del baile del abejaruco electoral que terminó con la victoria de Luis Sabalza literalmente por incomparecencia de rivales. Pudo ser incluso antes, en tiempos de la gestora que hubo de lidiar con el marronazo del descenso y el monumental pufo económico, sobre el que también el personal se hizo de nuevas, por cierto. Y no piensen que la confidencia me vino rodeada de candados ni me fue susurrada. Se comentaba a viva voz en las redacciones periodísticas de toda la navarridad. ¿Que por qué no se publicaba? De eso, solo les puedo ofrecer una intuición. Era cabrón buscar las pruebas concretas, pero más lo era la eventualidad de encontrarlas. Nadie quiere aparecer como el que le da la puntilla al club de los amores del terruño. Que inventen (o sea, que investiguen) otros.

Así fue. Un medio foráneo levantó la apestosa liebre y comenzó el rasgado ritual de vestiduras, no sin un primer impulso negador por parte de muchos aficionados. Diría que más o menos los mismos que celebraron el sonrojante rescate de Osasuna con un pastizal público. A todo esto, ¿podrían asegurar los tres partidos promotores de esa salvación de birlibirloque que cuando la aprobaron en el Parlamento no habían oído hablar del dinero que no aparecía?