Vuelve la berrea presupuestaria. En este caso, para sacar adelante las cuentas españolas. Estamos atrapados en un bucle temporal. Esta va a ser la reedición milimétrica de la anterior negociación y, salvo sorpresa mayúscula, acabará con las cuentas aprobadas. Pero hasta el día de la votación definitiva, los participantes de la coreografía nos aburrirán con los amagos de ruptura, los puñetazos de pega en la mesa, los no sabe usted con quién se está jugando los cuartos y toda la palabrería de rigor. Que si altura de miras, que si mano tendida, que si líneas rojas, que si cheques en blanco, que si poner en el centro a las personas.
Por lo que nos toca más de cerca, siento ser tan directo, pero se trata de sacar lo más que podamos. “Hasta los higadillos”, escribí ya hace años, cuando al otro lado de la mesa de ping-pong estaba Mariano Rajoy. Por supuesto que buscamos el bien común, pero no nos hemos caído de ningún guindo. Lo ideal sería un toma y daca lleno de fair play y música de violín. Pero enfrente, como ocurre en el célebre pasaje de las uvas del Lazarillo, tenemos a alguien que pretende dárnosla con queso. Que ya nos la ha dado, de hecho. Así que, pardillismos, los justos. Será excelente que cuando se anuncie el sí se escuche el rugido doliente de la caverna mediática. Cuantos más decibelios lleve la llantina del ultramonte, mejor habrá sido el resultado. Y a ver si esta vez se consigue el pronto pago de las contrapartidas. Soy consciente, no lo oculto, de lo fácil que es pedirlo desde el burladero de una columna de opinión. Pero, leñe, no será recibo que dentro de un año nos veamos peleando otra vez por el IMV.