La Ertzaintza tiene la convicción de que la mujer que denunció haber sido víctima de una agresión a manos de cuatro jóvenes en Gasteiz el pasado 24 de octubre se lo ha inventado todo. De hecho, el Departamento de Interior ha interpuesto una denuncia contra ella por haber incurrido en una simulación de delito, algo que está gravemente penado. Antes de que se sulfuren, antes de que se rasguen las vestiduras por la enésima tropelía del heteropatriarcado institucional respirando a pleno pulmón, les aportaré un par de detalles. Uno, la denunciante, de nombre Begoña, fue militante de Vox. Dos, los señalados como agresores son “cuatro magrebíes”. ¿A que cambia el cuento? Y tanto. Sin necesidad de conocer más datos, ya sabemos (yo, por lo menos, albergo pocas dudas) que se trata de un montaje intolerable motivado por el odio y con fines rastreramente politiqueros.
Lo tremendo, si lo piensan, es que se tengan que dar esas circunstancias tan concretas para que lo veamos así de claro. Y que nos atrevamos a señalarlo sin temor a pasar por cómplices o desalmados justificadores de la violencia contra las mujeres. ¿En qué lugar quedan las consignas facilonas en este caso puntual? Decir que llueve no es manifestarse partidario de la lluvia. Solamente es constatar un hecho. Por eso me quedo con lo que ha dicho la consejera Beatriz Artolazabal. Si todos los escalofriantes y contundentes indicios de falsedad se confirman, las mayores perjudicadas serán las auténticas víctimas. Ojalá fuéramos capaces de ver la aplastante obviedad de la declaración más allá de las siglas, las filias, las fobias y los intereses.