Las montañas tienen la puñetera costumbre de parir ratones. Como ya nos vamos sabiendo el cuento, no picamos. Ingenuos y voluntaristas irredentos aparte, nada se esperaba de la pomposamente anunciada comparecencia de Patxi López para vindicarse como sherpa de la pacificación y, efectivamente, nada salió de ahí. Como mucho, un tufo indisimulable a inicio de campaña electoral y lo justo para media docena de titulares destinados a un público cada vez menor. Pensaba terminar por ahí, pero creo que merece la pena decirlo de partida: la normalización, el contencioso, o como narices queramos llamarlo, ya no vende una escoba. La parroquia tuvo más que de sobra con lo del 20 de octubre y ahora está a otras cosas, a sus cosas. Quedamos como retén un puñado de periodistas y, con suerte, cuatro o cinco entusiastas más.
Resumiendo: lo del comisionado de no sé qué, lo de la ponencia de Fierabrás y hasta el culebronero y sobreactuado ultimátum de Basagoiti a su socio —“O los malos o yo, Francisco Javier”— cosecharon una audiencia parecida a la del programa de Punset en la 2. Si lo tuvieran en cuenta sus señorías, tal vez se dejaran de aburrirnos ejercitándose con el Stanislavski para ir al grano de una santa vez. Vale ya de hojas de ruta, de palabras de cinco duros recién importadas de los conflictos con más pedigrí del planeta, de foros y forúnculos, y de toda la parafernalia marea-perdices. Déjense de quién gana, quién pierde o quién empata y pónganse a ello, leñe.
¿Cómo? Pues hablando, y no necesariamente en público. ¿Quiénes? ¡Nos ha jodido! Todos los que han tenido que ver con el problema que se intenta finiquitar, a ver si ahora alguno se va a querer escaquear. ¿Dónde? Donde toque cada vez: en el parlamento incompleto, en el completo en cuanto lo haya, en el Kursaal, en Loiola o en un baserri de Abadiño. Y cuando tengan algo más que blablablás vacíos, nos lo cuentan, que les atenderemos.