Lokarri

Monaguillos del PNV, elementos desestabilizadores al servicio del Estado opresor, y en este minuto del partido, contubernio pseudopacifista proetarra. Menos mal que las gentes que se movieron primero en Elkarri y ahora lo hacen en Lokarri andan tan embebidas en lo suyo —mandar la violencia a hacer gárgaras— que no les quedará mucho tiempo que perder en el qué dirán. Cualquiera resiste, si no, ese festival de personalidades múltiples que les han calzado a lo largo del tiempo desde prácticamente todo el abanico ideológico. Que levante la mano quien, como poco, no los haya visto como una suerte de Harekrisnas o testigos de Jehová plastas y no haya cambiado de acera al ver en una esquina una de sus mesas petitorias.

Hasta los que siempre hemos tenido unos minutos en la radio para sus perseverantes campañas o sus voluntariosos actos, no acabábamos de comprender en nuestro fuero interno qué fuerza parahumana los mantenía inasequibles al desaliento. Nada los desviaba de su camino, así se convirtieran Lizarra o Loiola en mierda, se promulgaran ilegalizaciones a gogó, las togas se armasen de porras y viceversa o se decretara la socialización del sufrimiento. Mientras a la primera bomba lapa los demás nos poníamos (sigo pensando que con razón) el neopreno incrédulo, ellos y ellas continuaban a cuerpo gentil en lo más crudo del crudo invierno.

No hace tanto, en este país dabas una patada a una piedra y te salían media docena de grupos con una paloma y una ramita de olivo en astillero. Entre que unos se cansaron, otros se cambiaron a una misión más fotogénica y los demás fueron fichados para cargos públicos con catorce pagas y vacaciones retribuidas, prácticamente los únicos insistencialistas que nos quedan son los del logotipo del garabato enmarañado. Como pronto habrá tortas para colgarse las medallas, dejo constancia de que Lokarri y Elkarri siempre han estado ahí.