Las dos caras de la vejez

Mentiras, grandes mentiras, y tres traineras por delante, las estadísticas. El último estudio del Eustat sobre las personas mayores en Euskadi ha demostrado de nuevo cuán certero es el antiguo adagio que establece la clasificación general de la falsedad. Dice ese informe que quienes en nuestra tierra han saltado el listón de los 65 años viven con autonomía, son activos, practican deporte, y están satisfechos con su calidad de vida. Se refiere a la media, claro, obtenida después mezclar en la misma Turmix pensionistas de a dos mil euros mensuales y salud, efectivamente, de hierro con otros que no llegan a los seiscientos y que sobrellevan su agonía diaria con una docena de medicamentos

Una realidad no niega la otra. Es cierto que cada vez hay más personas que acumulan calendarios sin la menor dificultad para bailar Paquito el chocolatero hasta el amanecer. Pero también lo es que junto a esa tercera edad incombustible -ojalá nos toque pertenecer a ella- hay otra condenada a arrastrarse durante lo que la química quiera hasta que impriman su esquela.

Invisibles

Una de las mil diferencias entre los dos tipos de vejez es que, mientras el primero se hace ver y a veces, incluso, notar, el segundo permanece confinado en casas que un día tuvieron vida y hoy son apenas un nicho donde se aguarda el definitivo. Sólo nos percatamos levemente de su existencia en las tristes salas de espera de los ambulatorios donde acuden buscando el mazo de recetas impresas en rojo que van prorrogando su tiempo entre los que respiran o cuando cruzan en una eternidad un paso de cebra tirando de una bolsa del Simply que sólo lleva productos en oferta. Tres segundos después se han borrado de nuestra mente.

Lo describo de este modo tan poco delicado en un intento, supongo que vano, de compensar su invisibilidad. Hemos desarrollado un caparazón lo suficientemente impermeable para que convivir con ésta y otras certezas incómodas no nos desordene la conciencia. Ese comodín sirve, en todo caso, para los simples mortales. Los que, además de serlo, tienen alguna responsabilidad política, no pueden mirar hacia otro lado ni engañarse con estadísticas como ésta del Eustat, que sólo muestra la parte presentable de la foto. Es fantástico que muchos de nuestros mayores no pasen apreturas económicas y estén como robles para aguantar los chicharrillos que les echen o para hacer de canguros gratuítos de nuestros hijos. Pero no pierdan de vista a esos otros, unos miles, que no tienen más horizonte que llegar al minuto siguiente.