Una sencilla explicación. Con eso habría sido suficiente. Cualquiera es capaz de comprender que en estos tiempos de arcas escuálidas se produzcan retrasos en los pagos. Les ocurre a las empresas, a las familias y, por descontado, a las instituciones, que por muy potentes que parezcan, también están a la quinta pregunta. Y como lo tenemos asumido, nadie monta un tiberio si el dinero llega —lo importante es que llegue— una semana o diez días tarde. Incluso un mes, si alguien se toma la molestia de ofrecer las razones de la demora a quien aguarda el ingreso. La confianza se trabaja así.
Por lo visto, en el Gobierno López se desconoce este sencillo principio. Cuando los diarios del Grupo Noticias publicaron la primera entrega sobre los impagos, el lehendakari en persona salió como un hidra a proclamarse recordman mundial de celeridad en el abono de facturas. Un titular muy bonito para su claque mediática pública y privada, pero un error de comunicación de parvulario. Muchos que no le habían dado mayor importancia al asunto se sintieron aludidos y salieron a escena. Becarios, ONGs, asociaciones culturales, contratistas y proveedores varios dieron cuenta de lo que les adeudaba Lakua en una segunda remesa de informaciones.
Otra vez, en lugar de calmar los ánimos, los mandarines de Patxinia optaron por negar la evidencia y, de regalo, por la soberbia. Con su proverbial tacto, la portavoz Idoia Mendia hizo un paquete de malos vascos con los que aportaban su testimonio y, por supuesto, con los periódicos y la emisora de radio que se estaban haciendo eco de la situación. Más allá de la indignidad de decretar la mentira como prueba de patriotismo, el resultado de la nueva torpeza fue que la bola siguió creciendo. Aparecieron más acreedores y, por si faltaba algo, supimos de un crédito de 500 millones de euros que hubo de pedirse a toda prisa. Ahora es cuando estamos preocupados de verdad.