No va a ser por la falta de garantías, ejem, por lo que embarranque el referéndum. Ni por la aplicación del 155, del 156 o del 33. Ni por la asfixia económica que ha decretado el furriel Montoro. Ni por los tricorniados incautando a destajo hasta el último folleto. Ni siquiera por el encarcelamiento —supongo que, como poco, en el castillo de Montjuic— de los alcaldes y las alcaldesas desobedientes ordenado por un Rajoy que cada vez se está gustando más en su papel de aprendiz de Erdogan. Nada de eso. Lo que convertirá las urnas del día 1 de octubre en cautivas y desarmadas será el efecto demoledor de los manifiestos llamando a no participar.
En el momento de escribir estas líneas hay dos, a cada cual más topiquero, grotesco y argumentalmente cipotudo. El primero lo publicó —juraría servidor que incurriendo en ilícito penal, puesto que no deja de ser propaganda sobre una consulta proscrita judicialmente— el diario El País el pasado domingo. Con maquetación notablemente mejorable, y bajo el título “1-O, Estafa antidemocrática. ¡No participes! ¡No votes!”, lo suscribían una recua de tipos que se presentan no solo como intelectuales, sino además, “de izquierdas”. ¿Ejemplos? Paco Frutos, Miguel Ríos o Mónica Randall. Y alguno con bastante más pedigrí y currículum digno de admiración, eso también es verdad. De la otra proclama, aventada en su versión original por 228 profesores universitarios, solo les diré que la firma número uno es la de Fernando Savater, ese predicador al que vimos presumir entre risas de haberse divertido mucho luchando contra ETA. Puigdemont, Junqueras, Forcadell, ríndanse.