Se vota hoy

Me perdonarán la obviedad del título, pero espero que lo entiendan. Llevamos ni sé las elecciones cuyos resultados provocan un cabreo tardío, literalmente póstumo, del personal, acompañado incluso de tan aguerridas como inútiles manifestaciones de protesta al día siguiente de la cita con las urnas. O simplemente de lamentos y rechinares de dientes por un desenlace escasamente agradable del escrutinio. Lo tremendo es que no pocas veces, quienes más disgusto manifiestan fuera de plazo son tipos y tipas que tuvieron a bien (o sea, a mal) pasar un kilo de acercarse a su colegio electoral.

No permitan que eso vuelva a pasar. No lloren mañana lo que pudieron evitar la víspera. Voten hoy. A la opción que entiendan que es la mejor o, siquiera, la menos mala. Tomando, desde luego, todas las precauciones en medio de esta peste que se empeña en no irse. Pero voten. Dejen con dos palmos de narices a los presuntos demócratas —algunos, hasta con autotítulo de antifascistas— que, meándose a chorros en la soberanía popular a la que tanto y tan en falso apelan, jugaron primero a impedir el ejercicio del derecho a sufragio y después, a tirar por los suelos la participación con mensajes apocalípticos. Si siempre nos sobrepusimos al voto del miedo, hoy debemos hacer lo propio con la abstención del pánico interesado.

Un boicot o así

Sin buscarlo, esta columna enlaza con el final de la anterior. Ganándome la predecible colleja, señalaba el parecido como fenómenos mediáticos de Vox y Podemos. Cualquiera con una memoria mediana recordará cómo, igual que pasa hoy con los cavernarios de Abascal, hace cinco años era imposible sintonizar el canal de televisión LaSexta sin encontrarse a Iglesias, Errejón o Monedero, especialmente al primero. Y si no estaban ellos en carne mortal, los presentadores o los contertulios se dedicaban a glosar sus declaraciones, sus propuestas o las noticias falsas, ciertas o entreveradas que se publicaban sobre la formación morada.

A lo largo de todo este tiempo, ya con Podemos como fuerza de indiscutible peso en la escena política española, esa presencia se ha ido normalizando y diversificando, de modo que hoy es el día en que todos los espacios señeros de la cadena cuentan con una nutrida y variada panoplia de colaboradores obedientes en grado diverso a esas siglas. Y parece que va a seguir siendo así. Por eso se antoja particularmente divertido y chocante que todos y cada uno de esos rostros habituales de los programas de Ferreras, Wyoming, Pastor, Évole, Pardo o López anden promoviendo un boicot contra la cadena que les regala —o paga muy bien, según los casos— sus minutos de ego, fama y propaganda. Es verdad que la razón no es mala. Denuncian que LaSexta mantiene como colaborador de postín al cloaquero sin matices Eduardo Inda, según parece, partícipe en operaciones vomitivas para desacreditar a Iglesias y su partido. Claro que resultaría más creíble si todos a una se borraran de la pantalla ya no tan amiga.

Manifiestos

No va a ser por la falta de garantías, ejem, por lo que embarranque el referéndum. Ni por la aplicación del 155, del 156 o del 33. Ni por la asfixia económica que ha decretado el furriel Montoro. Ni por los tricorniados incautando a destajo hasta el último folleto. Ni siquiera por el encarcelamiento —supongo que, como poco, en el castillo de Montjuic— de los alcaldes y las alcaldesas desobedientes ordenado por un Rajoy que cada vez se está gustando más en su papel de aprendiz de Erdogan. Nada de eso. Lo que convertirá las urnas del día 1 de octubre en cautivas y desarmadas será el efecto demoledor de los manifiestos llamando a no participar.

En el momento de escribir estas líneas hay dos, a cada cual más topiquero, grotesco y argumentalmente cipotudo. El primero lo publicó —juraría servidor que incurriendo en ilícito penal, puesto que no deja de ser propaganda sobre una consulta proscrita judicialmente— el diario El País el pasado domingo. Con maquetación notablemente mejorable, y bajo el título “1-O, Estafa antidemocrática. ¡No participes! ¡No votes!”, lo suscribían una recua de tipos que se presentan no solo como intelectuales, sino además, “de izquierdas”. ¿Ejemplos? Paco Frutos, Miguel Ríos o Mónica Randall. Y alguno con bastante más pedigrí y currículum digno de admiración, eso también es verdad. De la otra proclama, aventada en su versión original por 228 profesores universitarios, solo les diré que la firma número uno es la de Fernando Savater, ese predicador al que vimos presumir entre risas de haberse divertido mucho luchando contra ETA. Puigdemont, Junqueras, Forcadell, ríndanse.

Escandalizarse

Venga, vamos a escandalizarnos. Pero todos y por todo. Por los penes y las vulvas. Por el autobús contra lo de los penes y las vulvas. Porque lo retiran. Porque vuelve a circular con un par de parches en forma de signos de interrogación. Por la virgen drag del carnaval de Las Palmas. Porque un obispo bocabuzón dice que le duele más lo anterior que un accidente de aviación con 154 muertos. Por el antiespañolismo pueril que destila un programa de televisión emitido un mes atrás. Por el antivasquismo regüeldón de las reacciones correspondientes. Por lo estomagante de las defensas a escuadra de los que aparecían en el mentado programa, que en realidad nadie ha visto entero. Por la cerrilidad de los que aprovechan el río revuelto para llamar al boicot a una película en la que sale tres minutos una de las actrices que figuraba en los recortes del espacio señalado. Por la cobardía sin límites con que la productora del filme —¡y sus compañeros de reparto!— ponen a los pies de los caballos a la actriz para que los bienpensantes retiren el boicot. Porque esa actitud cagueta genera el llamamiento a un nuevo boicot en la contraparte. Por…

Escojan una o varias de las posibilidades. O las muchísimas que me han quedado sin inventariar. Será por motivos para encorajinarse. Y luego, si tienen medio rato, reflexionen sobre los parecidos y las diferencias entre lo que provoca los diferentes vertidos de bilis y las consiguientes alineaciones a favor o en contra. Como harán trampa, igual que yo mismo, las suyas siempre serán la causas razonables. El odio, faltaría más, lo siembran de forma invariable los de enfrente.

Boicot a Janli e Isidoro

Gran entretenimiento, leer y escuchar las venidas arriba a cuenta de la bronca que les montaron unos niñatos en la Universidad Autónoma de Madrid a Felipe González y Juan Luis Cebrián, también conocidos como Señor Equis y Janli, respectivamente. Qué verbos incendiados, qué adjetivos escalibados —aquí tampoco somos menos en materia de florituras, ojo—, qué prosopopeya casi guerracivilista… y qué poco verosímil todo. Ni los propios boicoteados se creen que haya para tanto rasgado ritual de vestiduras. Como si el par de caraduras no imaginaran desde el momento en que les contrataron el bolo que aquello iba a acabar en happening y materia para el cotorreo. ¡Como si hubieran nacido ayer Isidoro y el hijo del director del diario Arriba!

¿Que fue feo y nada edificante? Por supuesto, pero si hacemos la lista de motivos de denuncia o de pérdida de sueño, el episodio no está ni entre los mil primeros. Y sí, lo confieso antes de que me lo afee cualquiera que conozca mis martingalas: aquí echo mano de esa doble vara sobre la que tanto despotrico. Es del todo cierto que si les hubiera ocurrido lo mismo a (casi) cualesquiera otras personas, incluyendo la mayoría de mis antípodas ideológicas, habría denunciado el hecho como un intolerable ataque a la libertad de expresión y bla, bla, requeteblá.
Pero con estos dos no hay modo, lo lamento. Soy incapaz de sentir la menor pena, indignación o leve cabreíllo al ver que se quedan sin soltar la chapa un rato unos tipos por encima del bien y del mal, dueños o usufructuarios de chopecientos medios de comunicación y activos promotores de mordazas varias. Allá les zurzan.

Enemigos del pueblo

Nuestro presunto Nuevo Tiempo, el de las luces, que dice Arnaldo Otegi, tiene un pasadizo permanente al viejo. De pronto, se funden los plomos, y en milésimas de segundo uno regresa desde la era de los discursos chachipirulis y la cartelería fashion-molona a la época sombría de las arengas mononeuronales —Egurre ta kitto!— y la tosca fotocopia en blanco y negro con las instrucciones de a quién y por qué hay que socializarle el sufrimiento. El penúltimo de estos edictos con aspiraciones de pasquín ha aparecido en Gernika. Sin firma (antes, por lo menos, llevaban al pie estridentes alias revolucionarios), el papel clasifica en tres grupos a los esquirolazos locales que no secundaron la huelga del 26-S: los que estuvieron todo el día abiertos, los que anduvieron abriendo y cerrando a lo largo de la jornada y los que tuvieron la persiana levantada a primera hora. Desconozco si la división en grupitos trata de ser una gradación del delito, pero el caso es que para todos la sentencia impuesta es la misma y viene anunciada en el encabezado en mayúsculas negritas: boicot a los enemigos del pueblo.

Si hay expresiones que resumen un ideario, esta que mezcla en un solo sintagma a los más perversos (ellos) y a los más bondadosos (nosotros) es insuperable en su capacidad de ilustración. Y más, si echamos un vistazo al libro de historia y vemos que desde que los romanos acuñaron el “hostis publacae”, todos los regímenes de cachiporra suelta lo han adaptado a su idioma y a su credo. Daba igual que la cacería de brujas la instigara Torquemada, McCartthy, Goebbels o Serrano Suñer. El cargo de los apiolables era idéntico: enemigo del pueblo.

Da para pensar el caso de Lavrenti Beria, mano ejecutora de Stalin que limpió el forro a decenas de miles de camaradas desviados bajo esa acusación. En 1953 Khrushchev le montó un juicio sumarísimo y el matarife acabó en el paredón… como probado enemigo del pueblo.