Una justicia, dos varas

Al final, el Estado de Derecho —hagamos derroche innecesario de mayúsculas— era esto. Ante los mismos hechos, varios tribunales superiorísimos toman decisiones no ya diferentes sino diametralmente opuestas. Es como si dos equipos médicos de élite diagnosticaran un catarro o un cáncer a la vista de síntomas idénticos y recetaran en consecuencia: unas juanolas o quimioteraìa agresiva. Sería algo de todo punto inadmisible que conllevaría un severo castigo a los galenos que hubieran metido la pata.

En el caso de los dictámenes de sus ilustrísimas e intocables señorías, sin embargo, te tienes que comer la matraca de rigor: eso es lo bonito del hecho jurídico, que no hay una única interpretación. Lo pistonudo es que te lo dicen como si no fuera un escándalo de proporciones cósmicas que según qué tipos y/o tipas con birrete te hayan caído del cielo, tienes barra libre para hacer lo que te salga de entre las ingles —caso de la CAV— o debes acogerte a ciertas normas lógicas cuando todavía la pandemia no se ha ido, incluso aunque exhibas cifras sanitarias muy razonables como en Valencia o Baleares. El remate es tener la absoluta certeza (porque el individuo que la ha dictado ni siquiera disimula) de que la resolución no se ha tomado atendiendo a la legalidad vigente sino a pulsiones puramente personales.

¡Moderna para todos!

Desde que asistí con estupefacción creciente a la comparecencia de la consejera de Salud en el Parlamento vasco, no se me va de la cabeza la imagen de Andrés Iniesta en el anuncio televisivo de helados voceando: “¡Venga, Kalise para todos!”. A juzgar por lo que contó Gotzone Sagurdui, tal que así fue la vacunación chanchullera en el hospital de Santa Marina. “¡Venga, Moderna para todos!”, debió de ser en este caso el grito del desprendido —y ahora, muy locuaz con ciertos medios— ex gerente de la cosa. Y ahí que aceptaron en bloque el convite hasta, casi literalmente, el que reparte las Cocacolas. Desde luego, en la lista de inoculados de extranjis se cuenta el personal del vending, el de la cafetería, varios curas, dos mensajeros y unos cuantos sindicalistas de las más diversas siglas combativas. Si no fuera por lo grave del asunto, se diría que es un chiste estereotípico de bilbaínos: ¡Ahí va la hostia! ¡En en el botxo vacunamos así! Si estás de ronda, pues pagas la ronda de los que están en el bar, o sea, en el inyectadero.

Fuera de coñas, fíjense que este humilde jornalero de las letras no habría visto mal que un centro de las características de Santa Marina hubiera estado en primera línea de playa de la inmunización. Pero no fue así, y por tanto, el festival de pinchazos fue irregular… e inmoral.

Cloacas eternas

De tanta reiteración, se queda uno hasta sin fuelle para escandalizarse. A buenas horas descubren las cloacas del Estado en lo que el recién fallecido Xabier Arzalluz nombraba como “allende Pancorbo”. Y sí, no niego ni de lejos lo tremebundo que resulta tener noticia de un trama policial (con hijuelas en el autotitulado periodismo) que se ocupa de fabricar pruebas falsas contra los enemigos de la patria o de ir a robar las verdaderas a casa de antiguos socios encarcelados. Sin embargo, uno tiene memoria, y relativamente reciente, de cuando esa misma cofradía de hampones literalmente con patente de corso se dedicaba a secuestrar, torturar con saña infinita o directamente a dar matarile a discreción. Ocurría que por entonces, además de varios pardillos que pasaban por allí, los objetivos de tales truculencias eran los malos malísimos. Mirar hacia otro lado era la opción menos impresentable; la otra era aplaudir con las orejas la aplicación del ojo por ojo.

Vamos, que cloacas, sumideros, alcantarillas o lo que ustedes quieran, ha habido, hay y habrá, como dijo aquel ministro sobre las conversaciones con ETA. Por cierto, y ya que menciono la cuestión, apunto que también las negociaciones con la banda se llevaron a cabo por los chichipoceros del poder. Recuerden, por ejemplo, el famoso chivatazo del Faisán. O sea, que las cavidades sépticas se han usado para fines distintos y al servicio de diferentes gobiernos. Es siniestramente gracioso que ahora las haya dado por finiquitadas el ministro Grande-Marlaska, que en sus no lejanos días de togado tuvo algún conocimiento de ellas. Y casi es mejor que me calle aquí.

¡Por San Jorge!

Posiblemente seré un iconoclasta casi en el sentido literal del término, pero debo confesar que el episodio del San Jorge de Lizarra convertido en algo similar a un Airgamboy no me parece tan terrible como se ha pretendido. Ojalá, de hecho, todas las cuestiones que nos ocupan tengan la misma la gravedad que esta. Ocurre, me temo, que hemos convertido la indignación en una moda, y no perdemos la oportunidad de manifestar nuestra-más-enérgica-protesta a la mínima que salta. Ni siquiera caemos en la cuenta de que nuestro postureo —a mi me sigue gustando más decir impostura— nos delata. Si de verdad tuviéramos el aprecio infinito que exhibimos por el arte religioso antiguo, es altamente probable que jamás se hubiera dado este sucedido. Primero, porque que no se habría permitido que una talla presuntamente tan valiosa estuviera decenios acumulando roña. Segundo, porque bajo ninguna circunstancia la responsabilidad de adecentarla habría recaído en un taller de manualidades.

Por lo demás, hay también varios aspectos positivos derivados de la pequeña polvareda. Por una parte, ha servido para enterarnos de que, más allá del San Jorge sobremaquillado, Lizarra guarda un gran tesoro histórico que merece la pena conocer. Y lo fundamental, según leemos a los entendidos, es que el estropicio tiene remedio. Aunque sea más caro, ahora que la pieza se ha hecho tan famosa, se me ocurren formas de rentabilizar la restauración convirtiéndola en reclamo. La lástima es que no vayan a correr la misma suerte las decenas de miles de piezas de primera división artística e histórica que están muriéndose de asco en iglesias recónditas.

Censuras de diseño

Sigo con una inmensa sonrisa socarrona la bronca literalmente de diseño a cuenta de la retirada de ARCO de algo que los medios nombran como obra de arte, y yo no sé si sí o si no. Quizá sea un raro y un descreído sin cura, pero el verdadero arte del episodio me parece que reside en la capacidad para volvernos a colar el sucedido entre los titulares y la materia de aluvión para que los todólogos nos lancemos a opinar. O bueno, según los casos, a pontificar, que en el rato que ha pasado desde que nos echaron la noticia a modo de alpiste, he visto, escuchado y leído intervenciones dignas de tesis doctoral de veterinaria. Qué decepción se van a llevar cuando comprueben la pobreza de mi aportación, que básicamente consiste en tomarme el asunto a guasa.

¿Que cómo puedo decir algo así cuando de nuevo hemos visto actuar la oprobiosa censura sobre el ímpetu creador a lomos de la sagrada a la par que cada vez más mancillada libertad de expresión? Pues porque son ya demasiados años repitiendo la misma coreografía del escándalo impostado en eventos como el que nos ocupa u otros del pelo. Cuando no es una capucha a lo Abu Ghraib sobre una modelo esquelética, es un pene circuncidado gigante o una Virgen de los Dolores con tacones y bolso. Esta vez son unos retratos pixelados de personajes que se nos presenta (y no negaré que para mi varios lo son) como presos políticos del sistema judicial español. Pasaría como valiente denuncia, si no fuera porque tanto el autor, como la galerista, como el que en primera instancia consintió la instalación y luego mandó retirarla tenían claro que pasaría justo lo que ha pasado.

Oenegés (2)

Agradezco los amables coscorrones de las buenas personas que estiman que me pasé con el vitriolo en la última columna sobre las organizaciones nada ejemplares que van por el mundo predicando la justicia y blablá. A esas y solo a esas iban dedicados mis desabridos dardos dialécticos. De hecho, la primera línea alertaba sobre lo inaceptable que resultan las generalizaciones. Y las que venían a continuación abundaban en la magnanimidad de las gentes que se entregan por convicción y verdadero altruismo. ¿Por qué algunos de estos seres admirables se dan por aludidos o sienten la necesidad de hacerme llegar en público y en privado cariñosas precisiones a mi texto?

Le daré una vuelta porque, de momento, se me escapa. Es más, me provoca cierta confusión mezclada con desazón ver los intentos de justificar —contextualizar se dice ahora, ya saben— lo que no tiene un pase. La respuesta de Oxfam en cualquiera de sus versiones nacionales, incluyendo la más cercana, parece calcada de la habitual cuando esta o aquella entidad son pilladas en renuncio. Las mismas monsergas que, por ejemplo, el PP o Volkswagen: “Es un caso aislado” (cuando han sido varios escándalos en cadena); “Esto demuestra que los controles funcionan” (cuando las prácticas se prolongan durante años); “Lo importante es la labor que hacemos” o, en el colmo del morro, “Hay poderosos intereses que buscan hacernos daño porque somos muy molestos para el Sistema”. Quizá cuele para quien siga sin ver —o sea, sin querer ver— que unas multinacionales hacen negocio especulando con, pongamos, el acero, y otras lo hacen con la injusticia y la desigualdad.

Oenegés

El primer mandamiento: no generalizarás. Empecemos por ahí. Sería una injusticia sobre otra injusticia que la capa de mugre que envuelve a determinadas organizaciones autoproclamadas benéficas se extendiera a entidades y personas que se lo curran a pulmón para tratar de hacer un mundo más llevadero. Entre la mejor gente que he conocido se cuentan hombres y mujeres que regalan su vida a causas que los tipos resabiados con barriga, como servidor, damos por perdidas. Conste en acta, pero conste también la recíproca. No pocos de los seres más abyectos que me he echado a la cara hacen profesión —literalmente— de la solidaridad, el buenrollismo y la santurronería. No imaginan la mala sangre que hago viendo a hijos de la gran chingada sin matices pasando por lo más de lo más de la denuncia social.

Por eso no me sorprende en absoluto que de tanto en tanto, como ocurre ahora, nos bajen una gota la venda y nos encontremos con que algunos de los predicadores del bien se dedican a hacer el mal a destajo. Al revés, lo que me extraña es que tras un quintal de escándalos a cada cual más hediondo, sigamos picando en los anzuelos que nos tienden estas mafias travestidas de cofradías filantrópicas. Les hablo, sí, de esos titulares gritones que nos regalan cada equis sobre desigualdades terroríficas, situaciones de exclusión del recopón, estadísticas escalofriantes de todo pelo que se sacan de la sobaquera o, en general, desabridas denuncias contra el mismo perverso capitalismo que subvenciona las juergas con putas de sus dirigentes. Piénsenlo la próxima vez que traten colarse no sé qué historieta sobre la miseria.