Oenegés (2)

Agradezco los amables coscorrones de las buenas personas que estiman que me pasé con el vitriolo en la última columna sobre las organizaciones nada ejemplares que van por el mundo predicando la justicia y blablá. A esas y solo a esas iban dedicados mis desabridos dardos dialécticos. De hecho, la primera línea alertaba sobre lo inaceptable que resultan las generalizaciones. Y las que venían a continuación abundaban en la magnanimidad de las gentes que se entregan por convicción y verdadero altruismo. ¿Por qué algunos de estos seres admirables se dan por aludidos o sienten la necesidad de hacerme llegar en público y en privado cariñosas precisiones a mi texto?

Le daré una vuelta porque, de momento, se me escapa. Es más, me provoca cierta confusión mezclada con desazón ver los intentos de justificar —contextualizar se dice ahora, ya saben— lo que no tiene un pase. La respuesta de Oxfam en cualquiera de sus versiones nacionales, incluyendo la más cercana, parece calcada de la habitual cuando esta o aquella entidad son pilladas en renuncio. Las mismas monsergas que, por ejemplo, el PP o Volkswagen: “Es un caso aislado” (cuando han sido varios escándalos en cadena); “Esto demuestra que los controles funcionan” (cuando las prácticas se prolongan durante años); “Lo importante es la labor que hacemos” o, en el colmo del morro, “Hay poderosos intereses que buscan hacernos daño porque somos muy molestos para el Sistema”. Quizá cuele para quien siga sin ver —o sea, sin querer ver— que unas multinacionales hacen negocio especulando con, pongamos, el acero, y otras lo hacen con la injusticia y la desigualdad.

Oenegés

El primer mandamiento: no generalizarás. Empecemos por ahí. Sería una injusticia sobre otra injusticia que la capa de mugre que envuelve a determinadas organizaciones autoproclamadas benéficas se extendiera a entidades y personas que se lo curran a pulmón para tratar de hacer un mundo más llevadero. Entre la mejor gente que he conocido se cuentan hombres y mujeres que regalan su vida a causas que los tipos resabiados con barriga, como servidor, damos por perdidas. Conste en acta, pero conste también la recíproca. No pocos de los seres más abyectos que me he echado a la cara hacen profesión —literalmente— de la solidaridad, el buenrollismo y la santurronería. No imaginan la mala sangre que hago viendo a hijos de la gran chingada sin matices pasando por lo más de lo más de la denuncia social.

Por eso no me sorprende en absoluto que de tanto en tanto, como ocurre ahora, nos bajen una gota la venda y nos encontremos con que algunos de los predicadores del bien se dedican a hacer el mal a destajo. Al revés, lo que me extraña es que tras un quintal de escándalos a cada cual más hediondo, sigamos picando en los anzuelos que nos tienden estas mafias travestidas de cofradías filantrópicas. Les hablo, sí, de esos titulares gritones que nos regalan cada equis sobre desigualdades terroríficas, situaciones de exclusión del recopón, estadísticas escalofriantes de todo pelo que se sacan de la sobaquera o, en general, desabridas denuncias contra el mismo perverso capitalismo que subvenciona las juergas con putas de sus dirigentes. Piénsenlo la próxima vez que traten colarse no sé qué historieta sobre la miseria.

Veinte millones

Veinte millones de euros en cash patanegra donados a Cáritas. Así, sin despeinarse, porque pelo tampoco es que le sobre. ¿Qué hacemos con Amancio Ortega? ¿Lo ponemos en un pedestal por saleroso, espléndido y desprendido o lo corremos a gorrazos dialécticos por fariseo, farsante y fanfarrón? Yo, sin alinearme de partida con los que propugnan lo uno o lo otro, me acuerdo de sus muelas porque me tiene desde hace varios días en una zozobra intelectual de aúpa. Cuando me parece que ya sé lo que opino y estoy en condiciones de arrancarme a teclear, me surge de entre la maleza cerebral una partida de pensamientos partisanos apuntándome con el argumento contrario. Y como soy un blandengue, me cambio de bando… hasta que desembarca una nueva flotilla de razonamientos que me devuelven a la postura original.

Sin poner la mano en el fuego ni descartar que la proximidad de la hora tope para entregar esta columna tenga algo que ver, creo que por fin he llegado a una conclusión lista para someter al juicio de los lectores, que es el que vale de verdad. Ni gesto generoso que prueba que los ricos también pueden tener un corazón de oro ni gaitas en pepitoria. Lo que se han currado los centuriones de Ortega —es altamente improbable que él en persona haya gastado un segundo en la cuestión— es una campaña promocional. Igual que las que montan para uniformar al personal con trapos cosidos vaya usted a saber dónde y por cuánto, sólo que mucho más barata. Se han ahorrado las sesiones fotográficas, las vallas, las páginas de papel cuché y todo lo demás. Un comunicado de prensa, y a correr. Mínima inversión, máximo beneficio, de eso sigue yendo el capitalismo.

Nada que objetar a la organización que ha aceptado el interesado donativo. Los que pontifican sobre la caridad y la justicia suelen hacerlo con el estómago lleno. Seamos prácticos. Esos veinte millones empiezan a ser dignos a partir de ahora.