En Nueva Lakua, capital de Patxinia, no se mata al mensajero. Simplemente se le despacha con un baño de brea y una mano de bofetadas dialécticas para que luego lo cuenten los alpistados de corps obviando el contexto. No es por una tendencia innata a la violencia ni por un espíritu killer del que carecen, tal vez con un par de excepciones, los integrantes de la brigadilla gubernamental. Se trata más bien de esa metamorfosis —ya explicada anteriormente en esta columna— que sufren los seres irreparablemente ineptos cuando se saben descubiertos y, de perdidos al río, deciden espantar sus penas a zurriagazo limpio con lo que se les ponga enfrente. Con más saña, claro, si es quien actúa como notario y recordatorio de su nulidad.
El fenómeno ha adquirido magnitud superlativa en el propio López, que cada vez con más frecuencia convierte sus comparecencias, entrevistas o simples canutazos en una fila de hostias preventivas a los que interpreta culpables de sus frustraciones. Con qué tonillo, además. Siguiendo sus pasos, los que le acompañan en ese Costa Concordia oficialmente llamado Consejo de Gobierno van dando preocupantes muestras de estar afectados por el mismo arrechucho. Gentes como Carlos Aguirre, Rafael Bengoa o el cuasi ignoto Bernabé Unda, que a primera vista dan la sensación de ser incapaces de pisar una lombriz, mutan en el increíble Hulk y, con mejor o peor fortuna, practican el ataque como mejor defensa.
Con todo, el caso más llamativo es el de la portavoz (nadie recuerda ya de qué es consejera, además), Idoia Mendia. De martes a martes sube la temperatura y la bilis contenida en sus descargas. En su última zarracina verbal tildó de poco vascos y nada amantes del país a los que con abundancia de pruebas documentales han demostrado que no queda un puñetero clavel en la caja y que hay un porrón de facturas por pagar. Contar la verdad es de antipatriotas, Y lo dice ella.