Es asombrosa la naturalidad con la que asumimos la injusticia. Leo, escucho y hasta yo mismo he contado en Gabon de Onda Vasca que con el archivo de la causa económica, el caso Egunkaria queda definitivamente cerrado. Definitivamente. ¿Se hacen cargo de la magnitud del adverbio? Estamos diciendo en apenas una línea que once años y tres meses de atropellos sucesivos se van al limbo y que, además, tenemos que celebrarlo porque bien está lo que bien acaba y porque podría haber sido mucho peor. Para aumentar mi sorpresa y desasosiego, una de las personas que ha padecido en sus carnes la suma de arbitrariedades, el exconsejero delegado del diario laminado, Iñaki Uria, me dice que da por bueno el desenlace. En sus palabras percibo el brutal hastío de quien ha sido puesto al límite de sus fuerzas una y otra vez y ya solo aspira a que dejen de apalearlo. Humanamente compresible, faltaría más, pero al mismo tiempo, elocuente sobre la inmensa desventaja con que los mortales de a pie encaramos los pulsos con el poder. Perderlo casi todo en lugar de todo es una victoria. Las costas en bilis las pagamos de nuestro bolsillo, o sea, de nuestras entrañas.
Pues yo me rebelo, aunque sea en esta insignificante columna y en la pequeñez de mi ser. He escrito demasiado sobre el reconocimiento del daño injustamente causado como para aceptar ahora que esta página haya que pasarla a medio leer. No hablo de revancha. Ni siquiera de una reparación que sé imposible. Me valdría, siendo nada, una sincera petición de perdón.