Lokarri anuncia que echa la persiana en marzo de 2015. ¿Hasta el insistencialismo tiene un límite? No parece que vaya por ahí la cosa. Veo más bien lo que le escuché un día al gran Rafael Chirbes sobre el punto final de las novelas: aunque en tu fuero interno sepas que son manifiestamente mejorables, llega un momento en que ya no puedes hacer más de lo que has hecho. En ese instante crítico, los dos caminos son la papelera o ceder el testigo a los lectores. Y creo que eso último es lo que pretende hacer este grupo de entrañables plastas a los que nunca agradeceremos lo suficiente su cabezonería en los años oscuros. Nos traspasa su legado de renglones derechos y torcidos, y en el mismo cofre, la responsabilidad de escribir los siguientes capítulos… o de no tocar ni una coma y ver por dónde sale el sol. Ellos dejan un retén de guardia y se apartan del primer plano. O eso dicen; conociéndoles una migaja, uno sabe que los veremos embarcarse en esta o aquella expedición de éxito dudoso. La tozudez es incorregible.
Desde estas líneas les digo que, en la medida en que siga disponiendo de un micrófono o un huequecito en el que garrapatear menudencias, ya saben dónde me tienen. No; no lo vean como grandeza de espíritu, sino como una brizna de egoísmo. Confieso que durante todo este tiempo, primero Elkarri y luego Lokarri me han servido para la higiene básica de mi propia conciencia. Han sido también el antídoto para mi escepticismo, mi apatía y, en resumen, mi desesperanza travestida de cinismo. Y lo mejor de todo es que jamás me han pedido nada ni remotamente parecido a la adhesión inquebrantable.