Francamente, me ha defraudado la Iglesia española en su metida de hocico en el lodazal catalán. Yo pensaba que iba a decir que el independentismo, igual que la masturbación, provoca ceguera. Se ha quedado en la monserga requetesobada —“No hay justificación moral para la secesión”— y en la soplagaitez de convocar una vigilia por la unidad de la nación. Idea de ese fashion-victim que responde por Monseñor Cañizares, que de propina ha instado a la tropa curil a que durante un mes en todas las parroquias patrias se rece para que no se rompa la tierra de María y martillo de herejes. Lo bonito es que algún mosén que derrota por la cosa soberanista ha llamado también a sus feligreses a orar por la independencia.
Vamos, que Dios en persona va a tener que pronunciarse, como en estos frenéticos días de ira lo han ido haciendo la totalidad de las fuerzas vivas, desde los de los tanques a los de los dineros, pasando por la ya mentada jerarquía eclesial, jarrones chinos diversos o mangutas sin matices. Como característica común de sus picas en Flandes, el miedo, es decir, el acojone. Que si desierto empresarial, que si corralito, que si capitales en fuga, que si, por resumir, los cañones de Espartero en 1842 o los Savoia S 79 de enero de 1938.
Me pregunto por el efecto real de esta ristra de asustaviejas y anuncios del apocalipsis. No lo veremos hasta pasado mañana, pero estaría por jurar que más que amedrentar a los que estaban a medio decidir, han conseguido enardecer, vía tocamiento de entrepierna, a no pocos de los que no acababan de tenerlo claro. Desde lejos, eso sí, no sé sumar si serán suficientes.