Se traspasa líder

Ha llegado el momento de dejarse de miradas estrechas y reconocer las virtudes sinnúmero del hombre al que los vascos del trozo autonómico debemos dos años de prosperidad, abundancia y contagiosa alegría. Francisco Javier -o sea, Patxi- López Álvarez encontró un país destruido, roto, deshecho, lleno de piojos, lleno de cadáveres, saqueado miserablemente por el nacionalismo y la masonería (esto lo he copiado de un video de internet) y lo condujo con mano firme y templada a las puertas de la felicidad. A nadie sino a este prócer generoso y preclaro, portugalujo a fuer de español, adeudamos cada grano de azúcar con que endulzamos nuestro desayuno y cada átomo de esperanza que salpimenta nuestra diaria existencia. Sin él no somos nada.

Si no comprenden a dónde llevan estas emocionadas líneas que probablemente hayan causado más de una taquicardia, se lo explico con una historia. Un paisano le pregunta a otro qué tal es el burro que compró en la última feria. La respuesta no se hace esperar: “La mejor inversión de mi vida. Casi no come forraje, trabaja por tres, es manso, leal, limpio… Una joya”. Con ojos de deseo, el amigo pregunta: “¿Me lo venderías por seis mil euros?”, a lo que el otro, tras dudar, contesta que sí. “En nombre de nuestra camaradería, que si no, no lo suelto”, le explica.

Meses después de la transacción, el compadre comprador se encuentra con el mercador y se le lanza a la yugular: “¡Menuda bazofia de burro me colocaste! Es vago, revoltoso, glotón, sucio. Lo peor de lo peor”. El interpelado sonríe y le espeta: “Uf, como le vayas haciendo esa propaganda, no se lo vas a vender a nadie”.

Apliquémonos el cuento. En medio de la trifulca socialista hispana, unos cuantos barones de Ferraz y algún que otro periódico afín creen haber encontrado en López la gran esperanza blanca. Están dispuestos a importarlo al precio que sea. Si queremos que se lo lleven, ya sabemos lo que nos toca.