Jijí-jajá

Los límites del humor son según, sin, so, sobre, tras, y me llevo una. Ni con el kit antinevada de la DGT está uno a salvo de naufragar en ese proceloso mar donde una aparente gracieta puede ser un delito de odio del nueve largo y, a la inversa, lo que se diría una intolerable falta de respeto acaba siendo un chistaco que lo flipas. Lo pistonudo es que la clasificación corre siempre a cargo de los mismos señoritos Rottenmeier y supertacañones del chachipirulismo King Size.

¿Que ponga ejemplos? A ello iba. Empiezo citando las collejas dialécticas que le han caído a una individua, jueza de profesión, que a título personal —porque bajo las togas hay, aunque a veces no lo parezca, seres humanos— se ha dirigido en términos muy duros a la publicación satírica El Mundo Today a cuenta de una chanza en la que los pastores quedaban retratados, jijí-jajá, como practicantes de zoofilia. ¿Se pasaba de frenada la magistrada? Es probable, porque parece que exigía una rectificación y hasta amenazaba con no sé qué acciones legales. Sin embargo, no deja de resultar curioso que prácticamente los mismos que la lincharon en las redes sociales actuando en nombre de la sacrosanta libertad de expresión están montando un pifostio considerable porque una chirigota del carnaval de Cádiz ha hecho un gag en el que se simula, jejé-jojó, la decapitación de Puigdemont.

Como ya anoté en una ocasión anterior, me abstengo de opinar sobre el trato que deberían recibir una y otra mofas. Me limito a rogar que ambas sean medidas con la misma vara. Si vale todo, vale todo. Si no vale todo, no vale todo. Pero no me tomen en serio.

De límites y prohibiciones

Aunque no soy de pie suelto cuando voy al volante, también a mi me parece una soberana memez la reducción a 110 del límite máximo de velocidad. No digo que no se ahorre, porque es de cajón, pero me falta la candidez necesaria para tragarme las cuentas de la lechera oficiales sobre el provecho que tendrá esta ocurrencia. Algún día nos rebelaremos contra esa puñetera costumbre de los mandarines de presentarnos estimaciones hechas a ojímetro como si estuvieran empapadas de ciencia. Son incapaces de calcular el número de parados -hay cuatro formas de medirlos que arrojan resultados notablemente diferentes- y pretenden hacernos creer que saben cuánta pasta habrá en la caja de la Seguridad Social en 2027 o, como es el caso, la cantidad de gasolina que se economizará haciendo que unos cuantos millones de conductores con coches de consumos totalmente distintos suavicen la presión sobre el acelerador. La prospectiva es la astrología que se ejerce con corbata y ordenadores en lugar de túnicas y bolas de cristal. El índice de aciertos es parejo.

Libre albedrío

Farfullado lo anterior, que deja claro lo que pienso de la penúltima gachupinada monclovita, me apresuro a marcar distancia con los apocalípticos que ven en ella una intolerable agresión gubernamental más al libre albedrío ciudadano. Da una mezcla de risa -por lo patético de los planteamientos- y miedo asistir al rasgado de vestiduras de los que han descubierto tarde y mal (más de cuarenta años de retraso) la naif consigna del 68 ‘Prohibido prohibir’. Apenas canta que cuando la recitan lo que reclaman es que se les deje hacer lo que les salga de los pelendengues o de la cartera. Si tienen huevos y pasta para permitirse ir hasta el culo de Chivas a 160 por hora en sus haigas de chopecientos caballos, ¿quién es el Estado para impedírselo y en nombre de qué?

Conozco a uno de estos liberales sedicentes que piaba cosas parecidas hasta que una noche encontró las respuestas a las preguntas de la forma más dramática. Una llamada de madrugada le informó de que su hija de 20 años acababa de morir en un accidente de tráfico. Un niño pijo puesto de tragos perdió el control del BMW de su padre, atravesó la mediana y chocó fatalmente con el automóvil de la joven, que circulaba por el carril invadido. Una amiga que viajaba con ella también dejó la vida en el asfalto. El malnacido que provocó la tragedia se salvó. Con cierta frecuencia, el antiguo valedor de la no intervención del Estado escribe cartas a los periódicos pidiendo normas más restrictivas.