Ejercicio de agudeza visual: ¿A qué dirigente del PP no solo no se le ha puesto la cara de hemorroides salvajes que lucen sus compañeros de Ejecutiva, sino que anda por ahí como las castañuelas de Marisol cuando cantaba Venga jaleo, jaleo? Tienen su nombre de pila en el título de esta columna, pero si han prestado unos gramos de atención a los últimos episodios de la tragicomedia gaviotil, la pista estaba de más. Bien poco se ha preocupado la talentuda Aguirre en disimular que mientras Rajoy, Cospedal, Soraya SS y resto de nomenclatura oficial pasan las de Caín para explicar lo inexplicable, ella disfruta como un cochino en un lodazal.
Con un par de narices, recién abierta la llaga purulenta de los sobres, fue la primera en hacerse la ofendida y pedir que rodaran cabezas. “¡La gente está harta, y con razón!”, bramó en una interpretación de Oscar al rostro más pétreo. Ayer mismo volvió a la carga desde los micrófonos de su protegido y a la vez protector para exigir una regeneración interna de su partido. Igualico que el gendarme de Casablanca escandalizándose de que se jugara en el garito de Rick, donde él mismo echaba sus timbas. Y para rematar la actuación, en su calidad de lideresa no depuesta del PP madrileño, nombra inquisidor anticorrupción a Manuel Pizarro, aquel que tras hacerse de oro en Endesa, pasó de fichaje estrella a diputado estrellado en la bancada pepera. Paisano y amigo íntimo del antes mentado latigador de las ondas, por cierto.
Hubo quien, con ingenuidad digna de mejor causa, celebró la publicación de la (presunta) cochambre del extesorero en determinado diario como un emocionante gesto de independencia periodística recobrada. La explicación, me temo, es más prosaica: cobro de deudas pendientes desde aquel congreso de Valencia en que fue fumigada la vieja guardia del aznarato. Superviviente a duras penas de la escabechina, Esperanza Aguirre vuelve para vengarse.