Aguirre, por fin

Parece que se acaba la leyenda de la baraka, o más castizamente, de la flor en el culo de Esperanza Aguirre. Después de salir ilesa de un hostiazo de helicóptero y de una mascare terrorista en Bombay, y de haberse ido de rositas de los quintales de casos judiciales contra su partido, por fin un magistrado la cita como imputada. En octubre, en lo que se diría un adelanto de San Martín, la otrora llamada lideresa deberá declarar en compañía de su delfina fallida, Cristina Cifuentes, y de otros cuarenta presuntos mangantes en el sumario del caso Púnica. Y, parafraseando al jubilado Rajoy, no es cosa menor sino muy mayor la acusación que le hace el instructor. Negro sobre blanco, se le atribuye la organización y supervisión de la caja b del PP madrileño para financiar unas campañas electorales “dirigidas fundamentalmente a fortalecer y vigorizar su figura política y consolidarla como presidenta de la Comunidad de Madrid”. Fin de la cita, diría el arriba mentado Mariano.

Genio y figura hasta más allá de la sepultura política en la que ya descansa desde hace un tiempo, la doña proclama que acudirá al juzgado “con mucho gusto” para defender su (¡ja!) inocencia. Entretanto, sus vástagos políticos que ahora ocupan la cúpula gaviotil o el mismo gobierno gafado —¡todos imputados, desde Gallardón!— que presidió ella ya la han convertido en “esa señora de la que usted me habla”. O en algo peor. Cuenta La Razón, uno de los órganos oficiosos de Génova, que en el núcleo duro del PP se ha llegado a calificar a Aguirre y Cifuentes como “dos cadáveres políticos que siguen lastrando la imagen del PP”. Más palomitas, por favor.

No saber perder

Desde el 24 de mayo hacia acá, uno de los espectáculos más divertidos que se nos ha dado contemplar es la creciente e histérica congoja de los otrora reyes y reinas del mambo que se han quedado colgados la brocha. Además del trabajo a destajo de las trituradoras de papel —y hasta algún incendio como caído del cielo en dependencias municipales—, estos días han cantado la Traviata las esperpénticas chorradas que han salido de labios de los atribulados perdedores, con Yolanda Barcina y Esperanza Aguirre destacando por lo patético. Todas esas invocaciones descangalladas a la alternativa KAS, la Alemania prenazi, la Argentina de Perón, la Venezuela de Chávez o el minuto antes del apocalipisis final, aparte de ser una gachupinada, retratan a la manga de hooligans que las han soltado como obtusos melones incapaces de distinguir la democracia de una onza de chocolate.

Humanamente, se comprende la rabieta de quienes pensaban que su culo era imposible de desatornillar de la poltrona. Y se puede uno imaginar también el tremendo comecome ante el despiadado cambio de bando de las alfombras y los trienios de porquería que ocultan. Pero ya que les toca desalojar, cuánto mejor para su recuerdo —que es todo lo que les queda a algunos— que lo hubieran hecho con una mínima elegancia, mostrando incluso contra pronóstico que también saben perder y bajarse de los machitos sin montar una escandalera monumental. Total, está escrito que, aunque esta vez han salido de golpe un congo y medio, a la inmensa mayoría de los derrotados les está aguardando, a tres cuartos de vuelta de puerta giratoria, una suculenta sinecura.

Esperanza se va de copas

Atención a la soberana estupidez: “Un equipo de fútbol puede ganar o intentar ganar la Liga, que es una competición profesional con sus reglas y sus trofeos, pero que no representan al conjunto de los españoles. Pero debe abstenerse de competir en el Campeonato de España”. Lógica literalmente aplastante, como corresponde al peso intelectual del ser humano con orejas y nariz que regüelda tal anacoluto, que no es sino esa ladilla en las partes marianas que atiende por Esperanza Aguirre. Pueden ustedes pasarse tres días volteando a derecha e izquierda el par de frases, que no encontrarán la relación entre los dídimos y comer trigo. De hecho, si nos tomáramos al pie de la letra la gachupinada, resultaría que, dado que no nombra a ninguno en concreto, la doña estaría farfullando que todos los equipos tienen que renunciar a disputar lo que nombra, imagino que con los pelos del sobaco como escarpias, “el Campeonato de España”.

Antes de que les sobrevenga un ictus, me apresuro a ofrecerles la clave para desentrañar el galimatías. Como los más perspicaces ya habrán adivinado, aunque la lideresa insumergible habla de “un equipo” en genérico, en realidad se refiere a dos clubes muy concretos. Vean: “Sobre todo si, como ha ocurrido con el Barça y el Athletic de Bilbao las últimas veces en que han llegado a la final, sus seguidores han aprovechado la lógica solemnidad del acto para dar una exhibición de odio al resto de los españoles”.

En resumen, que la tiparraca está pregonando que los pérfidos vascos y catalanes tienen la obligación de regalar la copa al Madrid o, en su defecto, al Atlético. Pues tararí.

Contraelogio de la Dama

Recuerdo, como hice el día en que Manuel Fraga dejó de respirar, que la muerte no nos convierte en buenas personas si no lo fuimos en vida. Creo, basándome en hechos públicos y notorios, que Margaret Thatcher no lo fue en absoluto. Es más, estoy seguro de que mientras conservó el uso de razón no le dedicó ni medio segundo a tal cuestión. Como demostró largamente, su moral era ciento por ciento utilitarista, la de los fines más perversos que justifican los peores medios sin provocar el menor cargo de conciencia. ¿Un terrorista? Dispáresele a matar sin contemplaciones. ¿Una huelga? Muéranse de hambre todos los que la secundan y que vayan escarmentando en carne ajena aquellos a los que les ronde la idea de sacar la uña del redil.

Es curioso y a la vez ilustrativo que alguien que se ha distinguido por su falta de compasión y humanidad llegue a la condición de icono y tenga un lugar asegurado —que nadie le niega— en la Historia. Sonreí por no llorar cuando, unos minutos después del fallecimiento de la llamada Dama de hierro, Esperanza Aguirre tuiteó: “Margaret Thatcher y Winston Churchill han sido los políticos europeos que más han hecho por la libertad en el siglo XX”. Se referiría, digo yo, a la libertad entendida como la ley del más fuerte o la consagración del hijoputismo social.

Si hoy estamos pasando las de Caín es en muy buena medida por culpa de la doctrina venenosa que espolvorearon a ambos lados del Atlántico Thatcher y Ronald Reagan, el otro gran ídolo de Aguirre. Siguiendo el dictado de la talibanada montaraz de Chicago, ambos abrieron el portón de la bestia o, dicho en términos académicos, desregularon los mercados que habían estado medianamente contenidos desde la Gran Depresión de 1929. Resultado, el que sufrimos y continuaremos sufriendo a saber durante cuánto tiempo. Anótese, pues, en el inmenso y letal debe de la finada. Por lo demás, que descanse en paz… si puede.

Operación Esperanza

Ejercicio de agudeza visual: ¿A qué dirigente del PP no solo no se le ha puesto la cara de hemorroides salvajes que lucen sus compañeros de Ejecutiva, sino que anda por ahí como las castañuelas de Marisol cuando cantaba Venga jaleo, jaleo? Tienen su nombre de pila en el título de esta columna, pero si han prestado unos gramos de atención a los últimos episodios de la tragicomedia gaviotil, la pista estaba de más. Bien poco se ha preocupado la talentuda Aguirre en disimular que mientras Rajoy, Cospedal, Soraya SS y resto de nomenclatura oficial pasan las de Caín para explicar lo inexplicable, ella disfruta como un cochino en un lodazal.

Con un par de narices, recién abierta la llaga purulenta de los sobres, fue la primera en hacerse la ofendida y pedir que rodaran cabezas. “¡La gente está harta, y con razón!”, bramó en una interpretación de Oscar al rostro más pétreo. Ayer mismo volvió a la carga desde los micrófonos de su protegido y a la vez protector para exigir una regeneración interna de su partido. Igualico que el gendarme de Casablanca escandalizándose de que se jugara en el garito de Rick, donde él mismo echaba sus timbas. Y para rematar la actuación, en su calidad de lideresa no depuesta del PP madrileño, nombra inquisidor anticorrupción a Manuel Pizarro, aquel que tras hacerse de oro en Endesa, pasó de fichaje estrella a diputado estrellado en la bancada pepera. Paisano y amigo íntimo del antes mentado latigador de las ondas, por cierto.

Hubo quien, con ingenuidad digna de mejor causa, celebró la publicación de la (presunta) cochambre del extesorero en determinado diario como un emocionante gesto de independencia periodística recobrada. La explicación, me temo, es más prosaica: cobro de deudas pendientes desde aquel congreso de Valencia en que fue fumigada la vieja guardia del aznarato. Superviviente a duras penas de la escabechina, Esperanza Aguirre vuelve para vengarse.

No vuelva

Ni sé ni me quita el sueño el porqué de la espantada de la tal Esperanza Aguirre Gil de Biedma. Como tantos, un segundo después del lacrimógeno anuncio, tuve la tentación de dar rienda suelta a mi imaginación y apuntarme a las quinientas teorías de la conspiración sobre su marcha que torrenteaban en Twitter. El restito chiquitín de humanidad que resiste en mi interior me advirtió de lo mal que me sentiría si de aquí a tres meses se publicaba la necrológica de la dimisionaria. Por si acaso, mejor no precipitarse en la búsqueda de pies suplementarios al gato y quedarse en la posición del loto asistiendo al espectáculo. Y qué espectáculo, oigan. El rojerío, de fiesta mayor; los templados del PP, disimulando hurras; y lo mejor con diferencia, los huerfanitos extremodiestros llorando a moco tendido con banda sonora de Jeanette: Todas las promesas de mi amor se irán contigo, ¿por qué te vas? Laralalá…

Fue cuestión de minutos que los propios dolientes empezaran a ladrar por las esquinas la respuesta a su pregunta melódico-retórica. Según ellos, que beben la bilis de fuente directa, la interfecta no se va sino que la han ido. Rajoy, que gobernando estados es un manta de cuidado, es sin embargo insuperable manejando partidos y cortando cabezas levantiscas sin que nadie llegue a intuir la catana. La ahora ex-lideresa le estaba dando más guerra que los ya cadáveres políticos Cascos, Rato, Zaplana o San Gil —por citar solo unos pocos—, pero la paciencia pontevedresa terminó, como siempre, dando frutos. Confiesan los esperanzólogos en sus portadas de luto que la doña llevaba un año largo rumiando el portazo. No seré yo, sin datos, quien les enmiende la plana.

De hecho, como anotaba al principio, me importan medio higo las causas y los azares de la condesa en calcetines. Si no fuera por su capacidad para hacer daño, jamás la hubiera tomado en serio. Váyase, pues, por la sombra. Y no vuelva.

Calentando la pitada

Hace unos años, Barbra Streisand le montó una pajarraca de pantalón largo a un fotógrafo que había tomado imágenes aéreas de su mansión en la costa californiana para una campaña publicitaria. Todo lo que consiguió fue que las instantáneas que iban a ver un puñado de ojos acabaran siendo la comidilla mundial y que su casuplón secreto fuera conocido de uno a otro confín. Desde entonces, ese fenómeno que por aquí llamábamos “dar tres cuartos al pregonero” quedó bautizado oficialmente como Efecto Streisand. La lección no puede ser más simple: si no quieres que se enteren de que tienes un callo, no chilles cuando te lo pisen.

Parece mentira —o no— que con los trienios en la política que lleva a cuestas, la lideresa matritense Esperanza Aguirre desconozca el mentado Efecto Streisand y los peligros de apagar el fuego con gasolina. “Si hay parte de los aficionados que quieren silbar el himno en la final de Copa, pues mire usted, el partido no se va a celebrar, así de claro”, se engoriló ayer la señora de la Villa y Corte y alrededores. Un buen titular, de eso no hay ninguna duda, pero también una invitación en toda regla para que los hinchas del Athletic y del Barça se sientan aun más inclinados a enterrar el chuntachunta a grito pelado. El más irredento de los independentistas no habría cosechado tal éxito en su llamamiento a poner una pica en el Calderón, que ya puede estar construido a prueba de decibelios, porque tiene pinta que lo del viernes va a hacer época.

Cabe otra interpretación, más retorcida y por eso mismo, más verosímil. ¿No será que Aguirre y las plumas cavernarias que se rasgan ritualmente las vestiduras patrióticas por la que se avecina arden en deseos de que sus profecías apocalípticas se cumplan? Por ahí sospecho que va el envite. Cuanto peor, mejor. Sé que es una tentación darles gusto y liar la de San Quintín que ya están soñando. Pero sería un tremendo error.