Saber perder y ganar

Preguntan, y por lo visto va en serio, si esta noche el Athletic tiene que hacerle pasillo a la Real en el derbi, esta vez de Liga, de Anoeta. La duda debería ofender a la afición de un club que siempre ha tenido a gala el señorío. Pero debe de ser una cuestión de tiempos remotos. Gente muy talludita que en otros órdenes de la vida da muestras de comportamiento civilizado entra al tramposo debate con argumentos de patio de colegio de primaria. A mi, y siento si me gano enemigos, la duda me ofende tanto como si se plantease con los papeles cambiados. Las normas más elementales de la deportividad, esas que ni siquiera están escritas, indican bien a las claras que el ganador reciente de un torneo importante merece el homenaje del primer equipo al que se enfrente. Y da igual, como ha sido el caso, que ese club sea el derrotado y, además, el eterno rival.

¿Rival? Quizá la clave de todo esté en ese concepto, que a base de pasiones mal encauzadas ha acabado siendo sinónimo de enemigo. El pique medianamente sano que yo creo recordar ha degenerado en una inquina creciente entre los seguidores de dos instituciones que un día hicieron Historia saliendo al campo con una bandera que entonces estaba prohibida. Algunos a ambos lados de la A-8 deberían tratar de aprender de nuevo a perder y a ganar con dignidad.

Quién gana y quién pierde

El epílogo chusco pero impepinable del singular desarme del sábado en Baiona es la atribución de la victoria y de la derrota tras seis decenios de barbarie. La prensa del día siguiente, o por lo menos, buena parte de ella, entró de hoz y coz a la disputa. Con la camiseta del equipo correspondiente se proclamaba el éxito arrollador de las huestes propias. “ETA se ha rendido”, proclamaban los tirios. “El Estado español (y el francés) ha(n) hecho el ridículo”, bramaban los troyanos, tan venidos arriba que ni se daban cuenta de qué manera postrera le estaban dando la razón al juez que veía amanecer.

No es que sospeche ni me tema, es que sé a ciencia cierta que esta va a ser la gran contienda de los próximos años. De hecho, hace tiempo que ya entramos en esa fase, que no por casualidad llaman batalla del relato: ba-ta-lla. Lo de menos es la verdad. Se trata de saber venderla. Primero se coloca en la parroquia propia —eso ya está— y después, a base de lluvia más fina o más gruesa e inmisericorde repetición, se intenta hacer comulgar a todo quisque con la rueda de molino. Como si los acontecimientos históricos fueran cuestión de opiniones.

Ya, muy bien, columnero, pero según usted, ¿quién ha ganado y quién ha perdido? Sinceramente, casi tengo una respuesta para cada vez que me lo pregunto. En ocasiones, creo que las más, siento la certeza de que prácticamente todos hemos palmado por goleada y con nulas posibilidades de equilibrar algo en el partido de vuelta. Otras, en cambio, miro a mi alrededor, veo escenas imposibles hace solo diez y no digamos quince años, y siento que poco a poco vamos remontando.

No saber perder

Desde el 24 de mayo hacia acá, uno de los espectáculos más divertidos que se nos ha dado contemplar es la creciente e histérica congoja de los otrora reyes y reinas del mambo que se han quedado colgados la brocha. Además del trabajo a destajo de las trituradoras de papel —y hasta algún incendio como caído del cielo en dependencias municipales—, estos días han cantado la Traviata las esperpénticas chorradas que han salido de labios de los atribulados perdedores, con Yolanda Barcina y Esperanza Aguirre destacando por lo patético. Todas esas invocaciones descangalladas a la alternativa KAS, la Alemania prenazi, la Argentina de Perón, la Venezuela de Chávez o el minuto antes del apocalipisis final, aparte de ser una gachupinada, retratan a la manga de hooligans que las han soltado como obtusos melones incapaces de distinguir la democracia de una onza de chocolate.

Humanamente, se comprende la rabieta de quienes pensaban que su culo era imposible de desatornillar de la poltrona. Y se puede uno imaginar también el tremendo comecome ante el despiadado cambio de bando de las alfombras y los trienios de porquería que ocultan. Pero ya que les toca desalojar, cuánto mejor para su recuerdo —que es todo lo que les queda a algunos— que lo hubieran hecho con una mínima elegancia, mostrando incluso contra pronóstico que también saben perder y bajarse de los machitos sin montar una escandalera monumental. Total, está escrito que, aunque esta vez han salido de golpe un congo y medio, a la inmensa mayoría de los derrotados les está aguardando, a tres cuartos de vuelta de puerta giratoria, una suculenta sinecura.