Saber perder y ganar

Preguntan, y por lo visto va en serio, si esta noche el Athletic tiene que hacerle pasillo a la Real en el derbi, esta vez de Liga, de Anoeta. La duda debería ofender a la afición de un club que siempre ha tenido a gala el señorío. Pero debe de ser una cuestión de tiempos remotos. Gente muy talludita que en otros órdenes de la vida da muestras de comportamiento civilizado entra al tramposo debate con argumentos de patio de colegio de primaria. A mi, y siento si me gano enemigos, la duda me ofende tanto como si se plantease con los papeles cambiados. Las normas más elementales de la deportividad, esas que ni siquiera están escritas, indican bien a las claras que el ganador reciente de un torneo importante merece el homenaje del primer equipo al que se enfrente. Y da igual, como ha sido el caso, que ese club sea el derrotado y, además, el eterno rival.

¿Rival? Quizá la clave de todo esté en ese concepto, que a base de pasiones mal encauzadas ha acabado siendo sinónimo de enemigo. El pique medianamente sano que yo creo recordar ha degenerado en una inquina creciente entre los seguidores de dos instituciones que un día hicieron Historia saliendo al campo con una bandera que entonces estaba prohibida. Algunos a ambos lados de la A-8 deberían tratar de aprender de nuevo a perder y a ganar con dignidad.

Gilipolémicas

El jueves a las 10 de la mañana ya se sabía que era de todo punto imposible que la final de Copa se jugase en San Mamés. Lo contó José Manuel Monje en Onda Vasca. El motivo se caía de obvio. El 30 de mayo, tres días después de la fecha fijada para el encuentro, el estadio bilbaíno acogerá un concierto de Guns N’ Roses, anunciado, si no me falla la memoria, desde primeros de diciembre del año pasado. No estamos hablando de una verbena de pueblo. Un montaje así requiere varias jornadas, como confirmaron los promotores de la actuación del legendario grupo.

Mientras duró, fue bonito fantasear o especular con la idea del Alavés disputando el histórico partido frente al Barça a 65 kilómetros de casa. Y sí, sin olvidar el resto de ingredientes picantones añadidos: lo de la rivalidad entreverada de franca antipatía por un lado, y el hecho de acoger una competición española que, para colmo, lleva en su nombre al rey. Pero una vez demostrado que materialmente era inviable, el asunto debió haber quedado zanjado.

¿Por qué no fue así? Respondan los medios —y particularmente, el que se cascó un titular de primera amarillo chillón metiendo al lehendakari y al Sursum corda por medio— que, con todos y cada uno de los datos en la mano, siguieron enmerdando el patio. No pasa de moda el clásico: que la realidad no te joda un titular. Ahora, además, unos miles de clics, y a la mínima ética que le vayan dando. Pues nada, sigamos para bingo, que las finales futboleras surten de muchas broncas de diseño. Pasada esta que explota el provincianismo local, enseguida llega a sus pantallas la de la pitada al himno y al monarca.