Hinchas pandémicos

Qué sorpresa, ¿verdad? Centenares de aficionados del Athletic se arracimaron en Lezama para despedir a su equipo, que marcha a Sevilla a disputar la final de Copa contra el eterno rival del otro lado de la A-8. Por activa, por pasiva y por circunfleja se ha rogado encarecidamente a los animosos hinchas que se abstuvieran de cualquier movilización multitudinaria antes, durante y después del partido. Pues la primera, en la frente, como aúllan las tristes imágenes que no dejan de correr en las últimas horas. Mando desde aquí un aplauso rezumante de ironía a esos memos que, siendo plenamente conscientes de que no esta el horno pandémico para bollos promiscuos, se pasaron por la entrepierna el riesgo de contagio en la creencia —es decir, en la superstición— de que ellos y sus colores bien merecen el riesgo de visitar la UCI o provocar la muerte de sus padres. Ya si eso, los enterrarán con una bandera roja y blanca, eup.

Bravo también por el club, que dio pelos y señales para que se produjera la bochornosa concentración. Como escribió ayer el vicelehendakari Erkoreka, espero que la vergüenza de las imágenes de Lezama sirva para evitar que se repitan hoy en Zubieta cuando parta la Real hacia la capital hispalense. Ojalá sean también el antídoto de cualquier intento de celebración mañana. Pero lo dudo.

El final de Ciudadanos

Ciudadanos ha entrado en fase terminal. Hay algo casi impúdico en su descomposición transmitida en riguroso directo. Cada poco, una deserción acompañada de palabras agrias. Son muy ilustrativos esos saltos del barco envueltos en decepción y rencor. Quizá no en todos los casos, pero sí en muchos, tal circunstancia tiene explicación en el tipo de personalidad que debía acreditarse para llegar a ser alguien en el partido naranja. El ejemplo perfecto es Toni Cantó, danzante de sigla a sigla que siempre era el más enfervorecido militante en las maduras y el más crítico en las duras. Suele pasar con los ególatras, que era una condición también muy repetida entre las cabezas visibles del chiringuito, empezando por su fundador y hundidor, Albert Rivera, y siguiendo por otros narcisos de manual como Girauta, Arcadi Espada, De Quinto, Aguado… La lista es interminable.

La cuestión es que, cuando se termine de certificar su defunción, prácticamente nadie va a echar de menos a la que llegó a ser tercera fuerza en votos en España. Tal vez solo esa ingenua parte del electorado que creyó que era posible un espacio de centro. Una candidez a la altura de la miopía que implica no haber visto que, como sufrimos en Euskal Herria, Ciudadanos defendía un esencialismo ultraespañol de trazo grueso. No se pierde nada.

Calentando la pitada

Hace unos años, Barbra Streisand le montó una pajarraca de pantalón largo a un fotógrafo que había tomado imágenes aéreas de su mansión en la costa californiana para una campaña publicitaria. Todo lo que consiguió fue que las instantáneas que iban a ver un puñado de ojos acabaran siendo la comidilla mundial y que su casuplón secreto fuera conocido de uno a otro confín. Desde entonces, ese fenómeno que por aquí llamábamos “dar tres cuartos al pregonero” quedó bautizado oficialmente como Efecto Streisand. La lección no puede ser más simple: si no quieres que se enteren de que tienes un callo, no chilles cuando te lo pisen.

Parece mentira —o no— que con los trienios en la política que lleva a cuestas, la lideresa matritense Esperanza Aguirre desconozca el mentado Efecto Streisand y los peligros de apagar el fuego con gasolina. “Si hay parte de los aficionados que quieren silbar el himno en la final de Copa, pues mire usted, el partido no se va a celebrar, así de claro”, se engoriló ayer la señora de la Villa y Corte y alrededores. Un buen titular, de eso no hay ninguna duda, pero también una invitación en toda regla para que los hinchas del Athletic y del Barça se sientan aun más inclinados a enterrar el chuntachunta a grito pelado. El más irredento de los independentistas no habría cosechado tal éxito en su llamamiento a poner una pica en el Calderón, que ya puede estar construido a prueba de decibelios, porque tiene pinta que lo del viernes va a hacer época.

Cabe otra interpretación, más retorcida y por eso mismo, más verosímil. ¿No será que Aguirre y las plumas cavernarias que se rasgan ritualmente las vestiduras patrióticas por la que se avecina arden en deseos de que sus profecías apocalípticas se cumplan? Por ahí sospecho que va el envite. Cuanto peor, mejor. Sé que es una tentación darles gusto y liar la de San Quintín que ya están soñando. Pero sería un tremendo error.

Una final sin principios

Por mi, Florentino se puede meter el Bernabéu por donde le quepa. Y como sobrará, que se lleven también su ración Mourinho, sus legionarios rompetobillos, los ultrasur y, en general, la piara de caballeros del honor —así se autodefinen en el himno— que se pasaron todo el partido del domingo berreando desde la grada “¡La final de Copa no se juega aquí!”. Que les ondulen con la permanén, que diría el Pichi del madrileñísimo chotis.

Pero debo de ser de los pocos que piensa así. Para mi pasmo, asisto a una especie de rogativa vergonzante ante el señor de los ladrillos y de Chamartín para que nos conceda la gracia de dejarnos pacer en su césped. El otro, que no y que requeteno, y la comisión petitoria, humillándose hasta el corvejón insistiendo en la súplica y nombrando —tócate las narices— a Basagoiti como embajador de buena voluntad para que el conseguidor Rajoy achuche al anfitrión que no quiere serlo. Y si no traga, que dicte otro de sus decretazos, ¿no?

Es curioso ver cómo los orgullos indomables pueden plegarse hasta adquirir el tamaño de un kleenex. A ver con qué cara reclamamos a partir de ahora la otra cuestioncilla que tenemos pendiente. Y a ver también cómo explican los sociólogos que ese ardor identitario que suele buscar coartada en un balón sea capaz de evaporarse ante la perspectiva de encontrar un local bien comunicado donde quepan más bufandas con sus respectivas gargantas. Luego, para ahuyentar las contradicciones y que no se diga, una buena pitada al rey, una foto para el Facebook con la ikurriña y la senyera como si hubiéramos conquistado Cibeles, y tan anchos. Gora Euskadi y Visca Catalunya, rediez.

Una pena, que fuera un bulo lo del ofrecimiento de la federación francesa para jugar en Saint-Denis. Habría sido una salida perfecta para este espectáculo que ha pasado de chusco para situarse en lo patético. Yo, que soy un romántico incurable, apuesto por Anduva.