Dicen que no hay preguntas impertinentes, pero caray. No sé demasiado bien a qué viene preguntarle a un actor si hubiera sido de ETA o Jarrai en caso de haber nacido en Euskadi. Ni siquiera a Luis Tosar, que en Maixabel encarna —magistralmente una vez más, aplauden todas las crónicas— a Ibon Etxezarreta, el sinceramente arrepentido asesino de Juan Mari Jáuregui. Ante semejante interpelación, la respuesta del lucense fue propia del estereotipo gallego: “Quizá sí. O no. Depende de muchos factores”. Incluso añadió, inclinando la balanza hacia el no: “El entono puede mucho, pero también hay una intención. Está en ti”.
De nada sirvió. En cuanto trascendió el entrecomillado forzado (“De nacer en Euskadi, quizá podría haber acabado en ETA”), saltó como un resorte toda la policía de la moral de Twitter con sus porras dialécticas y abundantes faltas de ortografía y patadas a la gramática. Tosar quedó retratado como actor subvencionado, bilduetarra y, en fin, enemigo de la nación española. No se trataba, como señalan las interpretaciones más benévolas, de déficit de atención lectora. Era pura miseria moral, vocación de manipulación intencionada y linchamiento a un colectivo, el de los artistas en general, que siempre está en la diana de la carcunda. No deja de resultar gracioso y revelador que muchos de los héroes y referencias intelectuales de los acollejadores son individuos que no pueden acogerse al condicional. De Juaristi a Onaindia, pasando por Azurmendi o Teo Uriarte, no son pocos los en su día jóvenes vascos que se enrolaron en la banda, muchos de ellos con un fanatismo atroz. Así que dejen a Tosar en paz.