Tener y no tener

Calcando el tono de los que al ver una urna en el 77 se preguntaban si para eso ganaron una guerra, los ultramontanos que gustan de llamarse liberales ladran su rabia por las esquinas ante la trece-catorce que les ha colocado Rajoy. Qué ignominia la del gallego, que antes de las elecciones negó setenta veces siete que subiría los impuestos y cuando aún estaban celebrando su victoria, les atizó en su primer consejo de ministros con un tributazo en el entrecejo. Y para más recochineo, echando mano como argumento justificatorio de la vieja letanía del rojerío a medio desteñir: “se trata de que paguen más los-que-más-tienen”. ¡Hala! ¡Donde más duele!
Es comprensible su cabreo y su decepción con el que barruntan estafador y marxista sobrevenido, pero en el pecado de haberle votado llevan la penitencia. Ya son lo suficientemente mayorcitos para saber que el énfasis con que se avienta una promesa electoral es inversamente proporcional a la intención de cumplirla. Ahí están como pruebas el “OTAN, de entrada no” de Felipe en 1982 o el “no pactaré con el PP ni jarto de grifa” de López en 2009. Toda la vida se ha hecho campaña con poesía y se ha gobernado con prosa. No iba a ser Don Mariano la excepción.
Por lo demás, lo que demuestra el crujir de dientes de los plañideros es que son quieros que no pueden. Si de verdad se contaran entre el selecto club de “los-que-más-tienen”, no perderían un segundo lamentando un mordisco que no les va a rozar ni los calcetines. ¿Alguien ha escuchado quejarse a Botín, Rato, Florentino Pérez o Amancio Ortega? Por supuesto que no, y si lo hicieran, sería aguantando la risa, porque saben que ni aunque les calzaran un 99 de tipo impositivo a sus rentas teóricas les iban a sacar del bolsillo un puñetero clavel. Para algo se inventaron las SICAV y otra media docena de trapisondas financieras con las que defraudar al fisco de manera escrupulosamente legal.