A esos 150 kilómetros de distancia que más de una vez he citado aquí mismo, sigo con atención, perplejidad y unas gotas de cabreo cósmico los últimos enredos de las fuerzas que sustentan lo que seguimos llamando gobiernos del cambio en Navarra. Era de suponer que la proximidad de las urnas traería algún que otro roce o acentuaría los latentes, pero el valor de lo que está en juego en las elecciones hacía pensar que se actuaría como si se trasegara con nitroglicerina. Se ve, sin embargo, que en las alianzas de ranas y escorpiones prima el carácter sobre la necesidad, incluso al precio de dejarse la piel en el viaje.
Sorprende, por demás, que el ramillete de broncas que estos días deben de estar haciendo felices a Esparza, Beltrán y Chivite no se asientan en principios ideológicos básicos. El cristo de Podemos y su excrecencia bautizada Orain Bai es fulanismo de tomo y lomo, aderezado con una inmadurez de pantalón largo. La membrillada de cargarse el presupuesto de Iruña es un episodio de lo que acabo de citar, con la circunstancia agravante de una personalidad que me abstengo de calificar en estas líneas, aunque los que conocen el paño ya imaginarán por dónde voy.
Y luego está lo del autoproclamado Gaztetxe Maravillas, presunta experiencia de autogestión juvenil que, como ha quedado acreditado, no pasa de cansino cacaculopedopís de unos niños consentidos que quieren un palacio en lugar de cualquiera de los locales que se les han ofrecido. Claro que la actitud preocupante no es la de los rapaces sino la de las personas hechas y derechas que, sabiendo lo que hay y lo que está en riesgo, no les sueltan de la mano.