30 años del Pacto de Ajuria Enea. Bueno, y unos días. Es lo que pasa con estas efemérides, que son fugaces, y como no las pilles al vuelo, tienes que esperar a la siguiente cifra redonda. Se añade la circunstancia, en el caso que nos ocupa, de que hablamos de un producto con mala salida en el mercado actual. A los de menos de medio siglo les pilla muy lejos, tanto que les suena a batallita de abuelo Cebolleta. ¿De quién? Es igual, vamos a dejarlo. Y entre los que sí pueden recordarlo, vayan borrando a los que les da pereza, a quienes tienen memoria selectiva para según qué hitos, a los que están a otra cosa o a tantos y tantos que preservan solo la imagen final de aquello, cuando, los unos por los otros, acabó convertido en cordón sanitario.
Total, que la rememoración queda para tres recalcitrantes que, como el arribafirmante, se niega a que le reescriban los hechos de los que fue testigo presencial y, a veces, hasta protagonista de cuarta fila. Invito a los esquivos, pero especialmente a los que tengan ganas de saber lo que ocurrió, a trascender de esas fotos en blanco y negro con el jeto del siniestro Mayor Oreja o del extravagante Mosquera (posteriores a la firma inicial) y lean los términos del acuerdo. Por ejemplo, cuando en los puntos 9, 10 y 11 se habla de los cauces de reinserción, del final dialogado de la violencia o de la convicción de que había que derogar, por innecesarias, todas las leyes excepcionales que se habían promulgado.
Se lamentaba el domingo pasado en los diarios de este grupo el lehendakari José Antonio Ardanza porque “en algunas cosas hemos ido hacia atrás”. Cuánta razón.