Paren las rotativas. El preparadísimo Felipe VI ha puesto bien firmes a los milicos tañidores de sables. Les ha dicho que la Carta Magna hispanistaní es el camino, la verdad y la vida. Bueno, no lo ha expresado exactamente así. En realidad, la frase literal del coronado es la que sigue: “La Constitución consagra el orden democrático y los deberes a los que todos estamos sujetos”. Y a partir de ahí, silbidos a la vía y glosas topicudas sobre el gran valor y la enorme entrega de los miembros de las Fuerzas Armadas españolas. O sea, absolutamente nada entre dos platos, que por otra parte, es lo que cabía esperar de un tipo que es exactamente lo que parece: el digno sucesor de su campechano y exiliado padre al que esta vez, por cierto, no le ha dedicado ni una coma del discurso pascual.
Sostiene la vanguardia progresí, incluida la que acampa en el Gobierno del Doctor Sánchez, que el tipo está cavando la fosa de la monarquía. La idea la repican desayuno, comida y cena sus cada vez más terminales mediáticas. Sin embargo, cuando uno acerca la lupa, no halla grandes signos de inquietud en el actual titular de la institución supuestamente amenazada. Por eso se permite sus opacos silencios ensordecedores o la difusión de mensajes de pata de banco como el de ayer. Mientras ladramos, él sigue cabalgando.