El pico de contagios empieza a ser como la línea del horizonte. Parece estar ahí, pero con cada paso que damos se va alejando. Malos tiempos para ser escéptico o incrédulo porque siempre se tiene la sensación de estar ante domadores de estadísticas y de gráficas. Ojalá sean las cosas como escuchamos en las últimas comparecencias oficiales y vayamos camino del inicio de la cuesta abajo. O, por lo menos, del llano. Con qué poco nos conformamos.
Entretanto, miro embobado el calendario, tratando de imaginar el mundo que pudo ser y no está siendo. Si no hubiéramos caído en esta pesadilla, ahora estaríamos agotando la campaña electoral. Seguro que nos sentiríamos hastiados por las naderías y los mensajes reiterativos que en esta situación hacen sentir una nostalgia infinita. ¿Dónde hay que firmar para volver a esa bendita rutina que tan poco nos estimulaba?
Puras divagaciones en un primero de abril, la jornada en la que en España se sobrepasarán los cien mil contagios y en los cuatro territorios del sur de Euskal Herria nos pondremos a tiro de piedra de los diez mil. Siempre, claro, de acuerdo a los cómputos oficiales, que casi todos sospechamos que son un reflejo no demasiado exacto de la realidad. Ocurre, y aquí voy a poner el punto final, que simplemente no podemos permitirnos el lujo del desánimo.