Las almas atormentadas (o más bien, atormentadoras) de ciertos muertos políticos mal enterrados aparecen de tanto en tanto en la primera línea informativa. Además de variarnos siquiera por un rato el indigesto menú pandémico, nos recuerdan el mecanismo del sonajero del poder en España, que más que de las urnas, emana de unas cloacas kilométricas, enrevesadas y ya definitivamente ingobernables. Tarde o temprano, sus lúgubres moradores acaban ejecutando las hipotecas de los servicios prestados y los morosos son sacados de sus confortables retiros para volver a los titulares.
Y ahí es donde tenemos a Rajoy, Cospedal y Fernández Díaz, señalados como urdidores de una tan siniestra como cutre operación para robar a Bárcenas en su propio domicilio las pruebas de su participación continuada en todas las mangancias del PP desde su fundación. Según se nos cuenta con profusión de detalles a cada cual más chusco, la tripleta mentada montó en compañía de otros un comando de Torrentes al efecto, cuya torpeza supina no solo desbarató la misión, sino que sembró un reguero de indicios que conducían sin duda a los autores del encargo. Por si faltaba confirmación, el despecho de un antiguo número dos de Interior ha puesto la puntilla con un SMS descarnado: “Mi error fue fiarme de esos miserables”. Más palomitas.