Qué idea más inspirada e inspiradora, oigan, la del figurín figurón naranja. Dice Alberto Carlos de Todos los Santos que cuando él gobierne —Belcebú no lo quiera— implantará en los centros escolares hispanistaníes una asignatura llamada Constitución española. Y al cacarearlo, suelta en plan excusatio non petita que si a alguien no le gusta la ocurrencia es porque tiene un problema. Al gañán que se hacía el dormido para no cambiar los pañales de su hijo —les juro que lo confesó hace poco— apenas se le nota la intención de hacer un remedo de lo que en tiempos relativamente recientes fue la Formación del Espíritu Nacional, por sus siglas, FEN. No pocos oyentes que sufrieron tal cosa me lo están diciendo estos días entre risas y pasmo.
Pero, ¿saben?, si no me acongoja el fachirulo Abascal, menos me preocupa esta memez del chaval del Ibex. Le encuentro la pega de ubicar la vaina en los programas escolares, que ya no dan abasto. Me decía un amigo que se bate el cobre en las aulas que llegará el día en que se cepillen las mates, la fi-qui o la lite para hacer sitio a todas las propuestas sandungueras que listos diversos pretenden incorporar a los currículos.
Y luego está el temor más que fundado de que la materia se quede inconclusa. Vamos, que al alumnado le bastará para aprobar con saberse la unidad de España, la Corona, el ejército, el monopolio de la fuerza y el 155. Lo demás, es decir, la no discriminación por sexo, ideología o creencias, los derechos a trabajo, vivienda, libertad de expresión… será pura paja. De la mención a la nacionalidades en el artículo 2, ni hablamos. He ahí la Constitución de Rivera.