Esto del Informe PISA va por barrios. Cada tres años se cambian los papeles celebratorios o plañideros según haya caído la lotería de unas pruebas que nadie acaba de explicar cómo funcionan y para qué carajo sirven realmente. O quizá sea que también los mayores de 15 abriles, todos y cada uno, andamos peces en comprensión lectora. Total, que ocupándonos de lo más cercano, ahora mismo tenemos fiesta mayor en la demarcación foral y luto riguroso con reproches adosados en la autonómica. En Navarra, faltaría más, se disputa a hostia limpia dialéctica la paternidad del éxito, mientras que en la CAV la competición consiste en ver quién le atiza la mayor guantada a los dirigentes políticos.
Empecemos por ahí. ¿Son los gobiernos responsables para bien o para mal de los resultados obtenidos por la chavalada en estas olimpiadas del saber con ínfulas? Es difícilmente negable que alguna influencia tienen sus normas educativas y el modo en que se aplican. “¡Y la pasta, oiga, la pasta!”, añadirá alguien, perdiendo de vista que varias de la comunidades de cabeza invierten mucho menos que algunas que se han dado la piña.
Anotemos, en todo caso, la cuota de culpa de los que mandan. Es curioso que la lista se pare ahí, excluyendo a las personas encargadas de transmitir el conocimiento, a las destinatarias de su trabajo y a sus progenitores, que algún pito deberían tocar en todo esto. Si queremos hacer un diagnóstico todavía más completo, propio de notable alto en el PISA, y aunque esto es común a los lugares con buenos y malos resultados, habrá que reflexionar un ratito sobre el valor que le damos al esfuerzo.