¿Alguien lleva la cuenta de las veces que nos han puesto la misma canción? La del viernes, digo. Eurocumbre a vida o muerte que se alarga hasta la madrugada, alborozado anuncio de acuerdo definitivo, autocomplacientes discursos atribuyéndose la victoria, subidón de la bolsa, relajo de la prima de riesgo… y tras dos o tres días de mambo, ¡tracatrá! Nuevo batacazo y vuelta a las andadas, es decir, a los mensajes apocalípticos y a la conclusión de que sigue sobrando lastre. ¡Marchando otra de recortes!
Si les está sonando esta columna puede ser porque ya la escribí casi palabra por palabra hace seis meses. Entonces también nos juraron que se había dado con la piedra filosofal y que era cuestión de tiempo que se volvieran a atar los perros con longanizas. Lo que hemos visto en este medio año es cómo se ha agrandado el abismo y cómo han sido arrojadas a él toneladas de carne humana acompañadas de derechos. ¿Para qué? Para nada. Para estar, no ya en las mismas, sino en otras que nos han ido pintando mucho peores. Y las que que vendrán, porque cuando mañana o pasado los ciclotímicos titulares regresen de la euforia a la congoja, volveremos a sentir la guadaña recortando sobre lo recortado.
La excusa será la de siempre: los mercados siguen sin fiarse. Al recitarla no estarán dando la clave de por qué vivimos en este bucle interminable. Hasta ahora, y esta no es una excepción, todo se ha pretendido arreglar volviendo a dar pasta en cantidades mastodónticas a quienes se han demostrado expertos en fundirla a velocidad sideral. Los que van a gestionar las remesas frescas son exactamente los mismos que hicieron desaparecer una a una las anteriores. ¿De verdad cortarles el suministro de una vez por todas y ver qué pasa sería más catastrófico que tener que rellenar cada trimestre el boquete sin fondo que han provocado? Sería cuestión de probarlo. Incluso aunque no saliera bien, sería justo.