Guerra, se va un canalla

Alfonso Guerra deja el Congreso de los diputados después de 37 años, que son poco más o menos los que tiene esta engañifa de la segunda restauración borbónica que él mismo contribuyó a perpetrar en primera línea de obra y con alto grado de participación. Viendo la calurosa despedida de sus (hipócritas) señorías en la escalinata de la Carrera de San Jerónimo, se podía pensar en las ratas adelantándose a abandonar el barco a punto de hundirse. Solo que la metáfora, por sugerente que sea, no le viene al caso. Por un lado, ocurre que, aunque de esa impresión, no es tan seguro que el navío constitucional del 78 vaya a irse a pique. Por otro, se da la circunstancia de que el tipo se las pira por razones puramente biológicas y después de haberle dado tres docenas de vueltas al catálogo de trapacerías humano-políticas. De hecho, la moraleja triste del paso a la reserva del dinosaurio sevillano es que los canallas de su ralea marchan, no ya de rositas, sino aclamados como héroes.

¿Qué carajo de memoria histórica pretendemos si echamos tierra sobre lo que pasó apenas anteayer? Alfonso Guerra, loado hasta la náusea ahora que se quita de foco, es uno de los personajes más siniestros de la Celtiberia reciente. Aparte de las mangancias que toleró (o fomentó) a sus diversos hermanos, la zarpa de este individuo está, junto a la de su alter ego Felipe, en atropellos como la entrada por pelotas a la OTAN, la criminal reconversión industrial, el laminado jacobino del autogobierno vasco o, como corolario de su vileza y falta de moral, el terrorismo de estado. Aplaudirle en su marcha es dar por bueno todo eso.

Sector naval

Pertenezco a la generación y al entorno que asistieron a la primera muerte inducida del sector naval. También hubo por medio alguien que se decía socialista, pero no fue en la Europa que aún era plegaría, suspiro y anhelo donde se dictó sentencia, sino en Madrid. Por sus pelendengues, un gobierno que reunía una ralea de futuros imputados de tropelías económicas y matariles varios decidió soltar lastre industrial sin mirar lo que era viable o lo que dejaba de serlo. O mirándolo y actuando a sabiendas, que así las gastaban en aquellos días de plan ZEN y tentetieso.

Si alguien ha documentado la verdad, permanece sepultada por la parte épica de la historia, la única que nos han contado medio bien. Los microbuses azules en llamas, los currelas cubriéndose el rostro con un pañuelo y disparando la más variada metralla contra unos policías que respondían en proporción de cuarenta por uno, las manchas de sangre que tardarían años en desaparecer del asfalto… De la intifada a escala en el puente de Deusto quedan abundantes registros gráficos y de tanto en tanto nos los sacan en esos programas donde la rabia se domestica en nostalgia. Poco se explica, sin embargo, sobre por qué, vistiendo el mismo buzo, unos trabajadores se prejubilaron a millón y otros rasparon un puto paro que hoy es una pensión miserable para ellos o sus viudas.

Nos birlaron datos y sospecho que treinta años después, en el nuevo tantarantán a los astilleros, ahora sí despachado en la bruja piruja Europa, siguen ocultándonos información. Lo siento, pero no me trago que por 2.000 millones se vaya a ir a la mierda un sector que asegura que tendría la cartera de pedidos a reventar. Aunque tengo la peor de las opiniones sobre Almunia, no me cuadra que sea el único malo. Y no les digo lo que me escama que en la carambola solidaria estemos defendiendo a los especuladores, que son los que tienen que devolver las ayudas, ay, ilegales.