¿Siria para la columna de vuelta? ¡Qué pereza! Y tanto, solo que la otra opción que me proponían mis neuronas en recomposición era atizarles por tercer año consecutivo la consabida reflexión sobre cómo se relativiza la actualidad cuando a uno no le toca contarla. En el fondo, algo me dice que, una vez destiladas y libadas, las líneas que vienen acabarán siendo exactamente eso, un lamento fingido sobre la insoportable levedad de lo que llamamos información. O si lo prefieren, sobre la brutal asimetría entre el tiempo y espacio dedicados a un asunto equis y la atención despertada en los supuestos destinatarios del inmenso despliegue.
Porque, con la mano en el corazón, ¿cuánto nos importa lo que está pasando en ese trozo del mapa que malamente sería capaz de situar la mayoría, incluyendo los pontificadores que nos disparan a bocajarro su opinión de copia-pega? Yo diría que muy poco tirando a absolutamente nada. Puede parecer una declaración escandalosamente cínica rayando lo provocador. Sin embargo, defiendo que es menos hipócrita que hacer como que nos caemos del guindo con dos años de retraso, que mes arriba o mes abajo, es lo que llevan matándose las tropecientas facciones que andan a la gresca. Se diría que las decenas de miles de muertos —siempre calculados a ojo— han sido apenas unos preliminares macabros. Una guerra no es tal hasta que el malvado sheriff del imperio anuncia su intención de mandar la caballería a poner orden. Entonces sí, se desempolvan las pancartas y se sacan a paseo. Es el momento de tomar postura, recauchutarse de moralina y echar los eslóganes a pastar. No a la guerra y otra de calamares.
Pues vale, me apunto. A los calamares y a la negativa, no se vaya a decir que no soy un tipo comprometido o que me alineo vergonzosamente con los villanos. Otra cosa es que guarde para mi la íntima convicción de que da exactamente igual lo que servidor piense o diga.